El médico en casa

Cuestiones universales

Un buen día Frigyes Karinthy, el famoso escritor y poeta húngaro, le consultó a un neurólogo alto, de cabeza redonda y cara de niño, por unos acúfenos que le atormentaban. Ambos personajes, previamente habían estado bebiendo vino tinto. El especialista se dedicó a psicoanalizar a su paciente, que partió para su casa muy contento y sin síntomas, quién sabe si por los benefactores efectos del Egri Bikavér. Poco tiempo después, el ruido de trenes que atronaba sus oídos volvió a aparecer, un tumor cerebral del que acabaría siendo operado exitosamente en Estocolmo. 

A principios del pasado mes de agosto, después de dar cuenta de una botella de Pago de Carraovejas, el ínclito Aloysius y su padrino de boda, discutieron animadamente sobre la inmensidad del universo, para finalizar disertando sobre la existencia del mismísimo Dios. Cuestión o no de los polifenoles y sus propiedades antioxidantes, la verdad es que nuestro amigo recurrió a un ejemplo simplista, pero muy gráfico. Figúrense ustedes que, género Homo, especie Homo sapiens, subespecie Homo sapiens sapiens, se encuentran en la ciudad de Ourense, coordenadas GMS latitud Norte 42 grados, 20 minutos y 12.1 segundos, longitud Oeste 7 grados, 51 minutos, 50.7 segundos. 

Continúen imaginándose que en las afueras de la ciudad de Osaka, coordenadas GMS latitud Norte 34 grados, 41 minutos, 37.5 segundos, longitud Este 135 grados, 30 minutos, 7.8 segundos, la hojarasca alberga un hormiguero con varios millares de hormigas carpinteras japonesas (Camponotus Japonicus). Probablemente ninguno de nuestros paisanos reparase en aquella humilde morada de hormigas japonesas. Con toda seguridad, ellas tampoco percibirían jamás nuestra existencia; aunque pudiéramos tomar un avión y viajar hasta la bella ciudad nipona, tan laboriosos insectos no podrían plantearse siquiera la posibilidad de devolvernos la visita. Y así, habitantes ambas especies del mismo planeta, podrían pasar millones de años sin que unos y otros conocieran su existencia.

Un universo como el nuestro, si es que solamente existe uno, alberga una cantidad incontable de galaxias, con sus soles y estrellas, sus planetas y satélites. Si en alguno de ellos existiera vida, no necesariamente parecida a la de la Tierra, hecho estadísticamente muy probable, aunque biológicamente quizás no tanto, podría ocurrir lo mismo que con los ourensanos y las hormigas japonesas, tan separados, tan lejanos, y tan despreocupados de su mutua presencia. 

Efectos o no del Ribera del Duero de aquella tarde de agosto, lo cierto es que las conjeturas de Aloysius fueron un azucarillo disuelto en agua caliente. Pues un diminuto coronavirus ha sido capaz de emigrar desde el Extremo Oriente para infectar a nuestros prójimos más cercanos, eludiendo por completo tan universales cuestiones del espacio y el tiempo.

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