Vida OurenSana

¡Que viene el cocido!

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Aunque ya comencemos a echar de menos a los productos de la temporada de verano, os voy a animar un poco el cuerpecillo y las ganas comentándoos que esta estación, para nada, tiene que envidiarle a la pasada.

Vale que en verano pega más el sol, que casi gastamos más tela en mascarillas que en ropa, y las barbacoas y tentempiés veraniegos son presas de un completo desorden horario. Pero tengo que decir que esta época a mí me tiene enamorado. Será que la rutina de trabajo, los horarios establecidos y el entretiempo meteorológico (no me gusta nada el calor extremo que sufre nuestra tierra), vuelven a dar paz a mis ritmos circadianos.

Lo lógico es que, si cambia nuestro ritmo de vida, también cambia el ritmo de vida de la tierra y de nuestras cocinas. Y viene una temporada maravillosa con productos como las calabazas, el hinojo, las remolachas, el maíz y las señoras setas. De los higos, las castañas, las manzanas, las peras, las uvas, las ciruelas e infinidad de frutos secos. De pescados y mariscos en una temporada que en muchos de ellos es súper propicia para su consumo, porque están pletóricos. Entonces tenemos un abanico de opciones de recetas IN-FI-NI-TO. Tartas de acelgas con quesos, sopas de todo tipo (remolacha y manzana, harira, pescado, pollo, cocido…), ensalada templada de calamares, caballas o patata, cremas de todo tipo y color, revuelto de setas, setas a la plancha o setas con setas. Guisos de todo lo que corre, nada o vuela… y de esta forma, damos una vuelta maravillosa por un sinfín de productos de temporada, con sus nutrientes en plenitud, con unos precios que nos permiten compensar el sablazo de la factura de la luz y sabiendo que comemos, lo que tenemos que comer.

Y si algo echaba de menos del verano en cuanto a la cocina, eran las recetas de puchero grande, adaptadas a la temperatura otoñal. En verano no pega mucho tomarse unos callos (a no ser que seáis mi padre, que es atemporal para ellos) o un cocido galego. Lo raro es pedirlo cuando hace tanto calor, y si alguien gritaba la frase en la terraza del restaurante: ¡Que viene el cocido!, ya os digo yo que tenía más papeletas de que fuera un amigo al que se le fue la mano con el vermouth que una fuente con esa mezcolanza de los dioses. Pero el pasado fin de semana, escuchar esa frase provocó un nerviosismo positivo en el que, remangaba mi camisa, desabrochaba un agujero del cinturón y desenfundaba el cuchillo y tenedor cual cazador porta el arma para atacar a su presa. ¡Me tocaba disfrutar del primer cocido de la temporada!. Y lo hice con mesura y tranquilidad. La mitad del plato de verdura, un cuarto con patatas y garbanzos y, el otro cuarto del plato con carne y demás viandas cárnicas. Porque si algo he aprendido en los últimos años, es que si hacemos un buen equilibrio en nuestros platos, “casi todo” está permitido.

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