La rosa del mar y la fe

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La Rosa es una planta arbustiva, trepadora o reptante, de hojas caducas, que comprende unas 150 especies. Es originaria de Europa y de Asia y pertenece a la familia de las Rosáceas. Su nombre parece que procede del celta rhood y del griego rhodon, que significa “rojo”. Las hojas son de color verde más o menos oscuro con márgenes dentados y en ocasiones provistas de pelos. Las formas de las flores, de característicos perfumes, son innumerables: grandes o pequeñas, en ramilletes, en espigas o solitarias, simples o dobles, con un número de pétalos que cambia según la especie y que son utilizados para la extracción de la esencia de rosa, usada en perfumería y en cosmética. Si la planta no ha sido tratada químicamente, los pétalos también pueden ser usados en cocina, bien consumidos en ensalada o como elemento decorativo, o para la preparación del té de rosa. 

En la tradición cristiana, la rosa, considerada la reina de las flores, ha sido asociada desde siempre a la Virgen María. Probablemente el nombre del “rosario”, oración difundida desde el siglo XII entre los discípulos de Santo Domingo y que desde el siglo XV, encadenando una serie de “Avemarías”, adquirió la estructura tal como hoy la conocemos, significa “corona de rosas”. Además, en las letanías lauretanas María es definida como “Rosa Mística”. 

Desde tiempos antiquísimos la rosa es el símbolo del amor perfecto. Simboliza, además, el secreto y la discreción. Así la locución latina sub rosa, “bajo la rosa”, tiene precisamente el sentido de algo referido en absoluto secreto. Es por ello que, sobre algunos confesionarios se pueden ver rosas talladas, recordando el sagrado vínculo del sigilo sacramental conocido también popularmente como secreto de confesión. En fin, la rosa está estrechamente ligada a la vida de santos como: Santa Dorotea, Santa Rosa de Viterbo, Santa Isabel de Hungría, Santa Rita, Santa Teresita del Niño Jesús, Santa Cecilia, Santa Valeriana, Santa Rosalía y el indiecito San Juan Diego. Yo mismo en la pequeña porción de tierra conocida como la Porciúncula, en Asís, ayudado por mis compañeros fray Bernardo y fray Silvestre, planté una rosaleda donde, a pesar de la expresión popular “no hay rosa sin espinas”, aún hoy en día siguen creciendo rosas sin ellas.

De todas las rosas, la Rosa canina, conocida también como rosa silvestre o rosa salvaje, puede ser considerada como la más silvestre. Durante mi peregrinación a Compostela (campus stellae) me encontré con muchísimas rosas de esta especie tanto en las orillas de los riachuelos como en los linderos de bosques, en las llanuras o zonas montañosas, formando matorrales o setos a veces de varios metros de altura. Literalmente el nombre significa “rosa de perro”. El nombre le fue dado por el escritor, antropólogo y naturalista Plinio el Viejo que hablaba de un soldado curado de la mordedura de un perro rabioso gracias a la decocción obtenida de sus raíces. Pero su nombre puede tener también origen en sus espinas curvadas que recuerdan los colmillos de ese animal. Como planta medicinal se utilizan las hojas, los pétalos y los frutos. De hecho, se sabe que ya en el siglo VIII era utilizada con fines terapéuticos. Así, por ejemplo, en la medicina popular, sus hojas, ovaladas, que presentan 5 a 7 hojillas de color verde intenso y margen dentado, se emplean, frescas, para combatir los cálculos renales. Sus flores, ligeramente perfumadas, con cinco pétalos de color rosa pálido o blanco y numerosos estambres, deben recolectarse para su uso medicinal antes de que abran, es decir, de mayo a julio, y una vez secas deben conservarse en frascos herméticos. Son refrescantes y laxativas y eficaces en la cura de la faringitis. Sus frutos, ovalados, carnosos y de color rojo, conocidos con el nombre de “tapaculos” o “escaramujos”, maduran a final del verano o principios del otoño. Son una excelente fuente natural de vitamina C y, por tanto, previenen de gripes y resfriados. Su alto contenido en esta vitamina es muy superior al que contiene el zumo de limón o de naranja, por lo que se le considera un excelente antiescorbútico. Además, contienen otras vitaminas y carotenos. Deben recolectarse de agosto a septiembre. Se pueden consumir crudos o secarlos al sol o en el horno, y guardarlos después en bolsitas de papel, teniendo en cuenta que para comerlos hay que retirarles antes los numerosos huesecillos que contienen, ya que, además de estar recubiertos de pelillos irritantes, son tóxicos. Tienen propiedades diuréticas, sudoríficas, sedativas, astringentes y vermífugas. Su pulpa puede emplearse en repostería para la preparación de mermeladas y también en la licorería. Además, a su aceite esencial también son atribuidas propiedades sedativas, antidepresivas, analgésicas, antisépticas, tónicas del corazón, del estómago, del hígado, y reguladoras del ciclo menstrual.

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