DEAMBULANDO

Amigos por el verano... y otras consideraciones

Adiós a las costas, del Eo al Miño, que más pobladas que en precedentes temporadas.
photo_camera Adiós a las costas, del Eo al Miño, que más pobladas que en precedentes temporadas.

Veo a Gonzalo Alexos, de unos cuantos achaques portador, con más que cierta dignidad, al que pregunto cómo van esos análisis clínicos, y me contesta: “En general, bien, pero no entremos en detalles”. Nunca pierde el humor el amigo que me recuerda, a raíz del último comentario sobre aquellos familiares veraneos por la Lanzada, lo que yo olvidado había, y es que presentado allí a modo de invitado con su amigo Manolo Rapela, que trío formaba con mi hermano Ricardo, y a veces cuarteto con Federico Martinón, los cuales invitados, de pasmo al ver llegar una furgoneta cargada de colchones, y, sobre todo, de un enorme saco lleno de zapatos. Todos ayudábamos en la descarga de la furgoneta DKW al conductor Pepito Iglesias, entonces un muchacho diligente y servicial como pocos, del que gratísimos recuerdos y al que conocíamos por Pepito Viajante porque lo era de La Región. También Alexos, de cuando viajaba a solo cepillo de dientes y peine por todo equipaje, al montar en el ascensor del hotel, el mozo preguntaba por los equipajes para llevarlos a las habitaciones; Gonzalo entregaba su peine y su cepillo.

Era cuando A Toxa se nombraba de palabra y escrito como La Toja, y cuando, aun jovenzuelos, nos asomábamos a la terraza del Gran Hotel y con cierta envidia veíamos a la juventud pija o pudiente bailar agarrados a los sones de la música italiana de  Marino Marini, Renato Carosone o a las románticas canciones, también, de Domenico Modugno. El “Volare” nos transportaba más allá de la morada de los dioses y se canturreaba hasta la extenuación por unas y otros con ese regustillo que proporciona la brisa marina, mientras poco después, traspasada la adolescencia, ya formamos parte de esos que por pijos teníamos, pero sin alcanzar jamás ese status, acaso por raros frecuentadores…porque todo se pega.

Una reparación por el olvido, contra voluntate, al que sometí a Fernando Gómez, integrante del Foro Corredoira, en artículo de hace días, a quien por esto traigo a colación como a modo de reparación; este amigo con el que me cruzo de vez en cuando, un tanto decepcionado él por su tránsito sindical, ahora mismo en su inveterada estancia veraniega por el Algarve, que así llamaban los invasores islámicos a esa región  portuguesa (Al Garb, más allá del Occidente).

José Luis Tovar (Chelís en el ámbito de sus amigos), que yo siempre escribía Tobar, y él o su hermano Quique me corregían, me señala que fue el Poeta, como llamaban sus hermanos a Antón, el que “descubrió” A Lanzada desde su juventud, instalándose con algo más que tienda de campaña, pero sí de lona,  al recuncho de unos cantiles que separan las playas de A Lanzada de la de Paxareiros.  Allí moraba el poeta por más tiempo de unas vacaciones, siempre tostado por el sol y a merced de sus marinas ensoñaciones, que le valdrían para inspirarse en sus poemas. Unos años después, Chelís se sumaría y serían ambos cual robinsones (por todo hábito un meyba o bañador, no taparrabos), no en isla sino en península, la grovense, pero de tan aislados que más en una tropical ínsula parecieren hallarse, con la vecindad bajo techo de una casopa que  cada verano ocupaban los santiagueses Mirelis.  Desde la lona de los Tovar se oiría, por vecindad de las dunas donde instalados en tienda de campaña Pepe Chuco con Jaime Quesada, las exclamaciones del ya entonces conocido pintor correteando entre el arenal para hurtarse a la imaginaria caballería sioux, dando gritos para alertar del ataque. Era un teatral espectáculo en el que participábamos corriendo tras él, más por preferir ser asaeteados por los indios que remojados bajo la lona de una tienda que rezumaba.

Un recuerdo para Luis Menéndez, el Ricitos cuando niño, por ese gracias a la vida a pesar de las dificultades, que le han permitido, juntamente con su consorte Julia Villalva, construir una sólida familia que más tiene de Villalva que de Menéndez, le digo, y el asiente con cierta sorna y un sentido del humor que ha presidido su vida; él rememora las paradas que mi padre, camino de su casa de la carretera de Celanova, hacía en Almacenes Menéndez, conocido por Los Aragoneses, para echarse unas parrafadas con su tío Adolfo, que siempre tenía algo gracioso que contar. En Luis hay un amante de la familia, de la música clásica, de los amigos…de la vida.

Y volviendo en mi de este batiburrillo, trasplantado de nuevo a la ciudad de mis calores, que la más de todo Galicia, me encontré hace escasos días con esos termómetros rozando los 40º, cuando vengo de unas máximas costeras de 26 con pocas bajadas, y raramente menos de 20. La costa cantábrica nunca conoció tanta afluencia a sus playas. Pareciere como si por imán atraídos esos connacionales de la Meseta.

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