Los turistas acuden a la rúa de la Pescadería atraídos por la fama de la calle viguesa presidida por el bivalvo.

El aullido de las ostras de A Pedra

Las ostras de A Pedra emiten un sonido, casi inapreciable, pero constante.
Se extiende de boca en boca por carreteras, aeropuertos, rutas marítimas o líneas de periodico. Son canales conocidos, semidesconocidos o inexistentes por los que se transmite el particular aullido de este molusco y que explica que un turista de León, otro de Tarrasa y algún portugués acuda a comer a la minúscula rúa da Pescadería. Su nombre oficial no dice nada, pero es la calle de las ostreras o A Pedra. Entonces, con esta denominación popular, ya se asocian a un punto concreto de la ciudad y que estos días se encuentra repleto a la hora del almuerzo. Es la llamada del bivalvo y el apetito.

Es el momento en el que un camarero con boina llama a un grupo de turistas ofreciendo mesa. En el mismo lugar, unha chica rubia rubia pregunta lo mismo. Las sillas, en su mayoría ocupadas, reciben a los comensales que pronto piden alvariño para acompañar la futura fuente de marisco. En otras, ya se le puede ver presidiendo la mesa con las cigalas en el lugar privilegiado de la fuente y los mejillones rellanando los huecos, que por algo hay clases y precios. Es el momento en el que los presentes esbozan las sonrrisas más grandes antes de hacerse el silencio.

Entonces, unos metros más allá y sorteando traúnseuntes se encuentra el puesto central de las ostras. Unas diez personas hacen cola mientras las veteranas trabajadoras Isabel y María, que el pasado mes de junio recibieron la medalla al mérito en el trabajo, se afanan en abrir los moluscos. No hace falta mesa ni casi comentarios. La docena, del plato a la boca.

Al fin y al cabo, la calle de las ostreras pueden ser una veintena de metros con alta concentración de mesas, restaurantes y humanos. A un lado es el accesso al mercado de A Pedra y al otro a los mercadillos de calle regentados por emigrantes. De este transitar es testigo privilegiado una vaca decorativa pintada estilo frisona y con el cartel 'prohibido subirse'. En una cesta de mimbre está también un pepino gigante con otro particular cartel: 'Este comió ostras'. Y, en algún lugar, con un ojo puesto en el turista y otro en la bocacalle por si aparece la Policía Local están los vendedores de colonias falsas. El aullido de las ostras adquiere múltiples formas.

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