CON LOS PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA

Con Ben Bella al salir de prisión

photo_camera Sobrado Palomares, con Ben Bella y su esposa Zorha, días después de su liberación tras 14 años en prisión.

Me emocionaba oírles contar la historia de amor que había nacido en una cárcel... Suena a relato árabe antiguo. De las mil y una noches
 

Cuando al finalizar el año 1978 anunciaron la muerte del coronel Bumedián, presidente golpista de Argelia, pensé que inmediatamente comunicarían la salida de prisión de Ahmed Ben Bella a quien el fallecido había derribado del poder por un golpe de estado militar. Pero no fue así, el nuevo presidente Chadli Bendjedid tardó seis meses en autorizar su salida de prisión, pero no fue hacia la libertad, sino para recluirle en una casa de M‘Sila, donde permanecería varios meses en arresto domiciliario, antes de poder salir y trasladarse a su casa familiar de Marnia, un pueblo situado al sur de Orán, en la frontera con Marruecos. 

Uno de aquellos días en que los periódicos publicaban que a Ben Bella le habían permitido instalarse con toda libertad en la casa de su madre, ya fallecida, recibí una llamada de Orán. Era Mohammed El Kebir, primo del ex presidente y embajador en Madrid cuando se produjo el golpe de Estado. Desde entonces habíamos mantenido encuentros esporádicos en Madrid y en Argel. Vivía en Orán y se había convertido en un próspero empresario. Me dijo que el presidente -al hablar de Ben Bella le seguíamos llamando presidente- le había preguntado por Alfonso, el periodista español que se había colado en una reunión del Buró Político del FLN y que le había entrevistado un mes antes de que le derrocaran. “Añadió que le gustaría verte. Puedes venir a Orán, te recojo y bajamos a visitarle a Marnia. Yo, al igual que Ahmed -ahora dijo Ahmed, no presidente- también nací en Marnia. Acepté sin dudarlo. En ese mismo momento comencé a preparar el viaje.


La alegría del encuentro


El Kebir me esperaba en el aeropuerto a la hora indicada y nos trasladamos a Marnia, donde encontré a Ben Bella vestido con un traje de corte impecable, lejos del modelo Mao de antaño. A pesar de los 15 años que había permanecido en prisión desde nuestro último encuentro ofrecía un aspecto juvenil inquebrantable. Repetimos varias veces la alegría de encontrarnos de nuevo y el me dijo que teníamos mucho de qué hablar y empezamos una conversación que duró tres días, ya que me alojé en su casa. Fueron conversaciones anárquicas y desordenadas sobre los asuntos más diversos; unas veces a solas y otras, rodeados de devotos. La casa de Ben Bella y Zohra era como una mezquita, entraban y salían gentes para verlo, besarlo, abrazarlo y cogerle con devoción las manos. Eran personas del pueblo, pero también llegaban en peregrinación desde Constantina, Tiaret, Orán, Argel, Tlemcen… de todas partes.

Durante los años de prisión le ocurrió  la cosa más extraordinaria que le había pasado a lo largo de su agitada o encarcelada vida. Tiene 60 años, de los cuales ha pasado 24 en diferentes cárceles. Fue en la última, en Chateau Holden, donde conoció y se casó con Zohra. Tenían prisa por contarme la historia, su curiosa historia de amor y me la contaron a dúo en la sobremesa del primer día. Zohra era periodista y trabajaba en el semanario “Revolution Africaine”.

En un momento de la animada conversación Ben Bella me dijo: “El matrimonio con Zohra no solo marcó mi vida, sino que la cambió e incluso la sigue y la seguirá determinando. El matrimonio fue para mí como una bendición del cielo. Con Zohra la falta de libertad empezó a ser mucho más llevadera.

 - ¿Cómo fue el encuentro?, pregunté-. Yo solo supe que te habías casado, que os habíais casado -desde el primer saludo los dos insistieron en que nos trataríamos de tú-.

- Algo se publicó sobre esto, pero fueron datos fragmentados, ahora vamos a relatártelo tan como sucedió en realidad ddijo el expresidente y empezó a contar: “Mi madre cuando venía a verme me repetía con una monotonía infatigable: “Ahmed, tienes que casarte. Soy vieja. Voy a morir y tu quedarás en la soledad más absoluta. Mi muerte será triste si no te casas antes”.  Un día le respondí: “Está bien. Me casaré. Dile a Hadsman que me busque una novia”. Hadsman era mi jefe de gabinete. La primera vez que vino a verme después de haber consentido en casarme, me traía la fotografía de la muchacha elegida. La miré atentamente y exclamé: “Sí, es ella”, en voz alta.

Interviene Zohra:

- Cuando Hadsman me pidió que le entregara una foto mía para que la viera en la cárcel Ahmed, porque andaba buscando novia, lo tomé a broma y se la entregué pensando que era eso, una broma, pero no me costaba nada entregarle una foto de las muchas que me habían hecho los compañeros de Revolution Africaine.

 - ¿La conocías? –pregunté a Ben Bella- .

- No. Mejor dicho, la conocía a medias. Un día, durante un recorrido oficial, pasaba por el centro de Argel. Iba de pie en coche descubierto saludando a las gentes que me aplaudían arracimadas en las aceras. Al pasar por delante del edificio de Revolution Africaine, vi en el balcón a varios periodistas conocidos que aplaudían con fuerza, haciendo al mismo tiempo gestos de saludo. Para corresponderles mandé que ralentizaran la marcha y pude ver, entre los movimientos de brazos alborozados, a una joven apoyada de bruces en la barandilla y que me miraba con curiosa indiferencia. Pensé, una oponente. La reconocí en la fotografía. Era ella, y después, ya en el primer encuentro, me lo confirmó Zohra. También siendo yo presidente la detuvieron un día o dos por ayudar a esconderse y huir a la mujer de Boussuf .

- Fueron dos días -precisó Zohra-.

- Le comuniqué a mi madre que estaba dispuesto a casarme con ella. Tuvimos una entrevista. Entonces, desde el gobierno, empezaron a poner dificultades al ver que la cosa iba en serio. Temí, temimos, que si duraban los preparativos de boda caeríamos en las redes burocráticas tendidas desde los despachos políticos y podía frustrarse la boda.

un camino de “atajos"

- Fui yo la que te dije –intervino Zohra- que si no íbamos por los atajos, impedirían nuestro matrimonio. Y en tres días logramos casarnos. Yo me había enamorado como una loca durante los encuentros que mantuvimos; el mito se había convertido en un hombre real delante de mí. A pesar de que habían roto la mitad de sus sueños, el soñador seguía soñando. Un día, al anochecer vino a buscarme un furgón militar para trasladarme a Chateau Holden, donde estaba prisionero. Desde entonces estamos juntos. Yo podía salir una vez al mes para ver a mis padres y hacer algunas comprar en Argel, generalmente libros y discos. Leíamos mucho y escuchábamos música. Me recogían en plena noche, a las dos o tres de la madrugada, y me devolvían a Chateau Holden. Le contaba cómo había encontrado la ciudad y qué opinaban las gentes que había visto.

- Ella era mi ventana exterior, y me gustaba lo que estaba viendo desde esa ventana. Nadie se imagina lo que significa eso cuando se llevan años de aislamiento.

Por la casa entran, corren y salen dos niñas. Abrazan al padre, besan a la madre. Se tiran al suelo y ruedan abrazadas por las alfombras. La mayor se llama Mehdia, tiene ocho años. La otra Nouria,  una muñeca inquieta de color negro, tiene siete. Hay un tercer hermano de cinco meses, se llama Alí y de momento se ha quedado en M‘Sila, necesita cuidados especiales ya que tiene varias minusvalías. Los tres son adoptados. Zohra tuvo un aborto el primer año de matrimonio y los médicos diagnosticaron que ya no podían tener hijos, y ellos soñaban con tenerlos.

- En mis salidas busqué la manera de adoptar una niña. Hice los papeles y cumplí todas las exigencias burocráticas. Escogí para salir el día que iba a nacer Mehdia y afortunadamente todo salió perfecto. La llevé envuelta en un velo de novia a Chateau Holden. Cuando al llegar, a las dos y media de la madrugada, Ahmed me vio con un extraño paquete, preguntó que era: “Es un regalo para ti y para mí, para los dos”, le dije.

- Fue un gran día -añade el primer presidente constitucional de Argelia-. Aún la recuerdo moviendo los bracitos y llorando. Pasábamos la mayor parte del día mirándola, preocupándonos por sus mínimos gestos.

La segunda, Nouria, que había cumplido los dos años cuando la adoptaron, también la adoptó Zohra, pero esta vez consultó a Ahmed. Se trataba de un caso especial y había que compartir la decisión. Era una niña negra; esto no ofrecía problemas, pero estaba enferma, tenía los oídos inflamados y sufría profundos dolores. También tenía una herida en el costado izquierdo. Estas circunstancias en vez de plantearles dudas, les animaron su decisión.

Me emocionaba oírles contar la historia de amor que había nacido en una cárcel, aunque Ben Bella fuera el único prisionero custodiado por cuatrocientos soldados. La historia de un matrimonio entre un líder mundial y una periodista que comienza con una fotografía suena a relato árabe antiguo. De las mil y una noches.

Pasé con ellos tres días maravillosos. Después nos vimos varias veces, en Madrid, en Ginebra, en Paris, en Córdoba. Cada día admiraba más su talante humano.

Te puede interesar