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Botella de vino Sanson

Botella de vino Sanson
photo_camera Botella de vino Sanson
La encontré a los pies de un viejo roble, como si alguien del trasmundo la hubiese dejado allí para mí.

Habitamos un país en ruinas, hundido sobre lo que antes estaba precisamente lo que sucede, la vida. Si uno se pierde por entre las casas deshabitadas, pasa por el huecos donde antes hubo puertas y se asoma a la ventana desde la que se asomaron otros, puede vislumbrar algo de lo que allí sucedía. Eso mágico que transitamos. Un algo entre dos nadas.

En uno de mis paseos de cabotaje por estas soledades, en un cruce de corredoiras, me llamó un roble grande, (a todos nos llaman, sólo tenemos que escucharlos). Me senté a sus pies sobre una cama de musgo y encontré, como si alguien del trasmundo la hubiese dejado allí para mí, una botella antigua de vino Sanson. Este vino quinado, con extracto de ese árbol mágico de los incas, fue hasta hace no mucho medicina y ebriedad, que casi siempre son lo mismo. Un licor dulce que alegraba las sobremesas campesinas y calentaba el pecho de los niños rumbo al colegio por caminos de fango y niebla.

El vino Sanson (o Sansón) todavía puede encontrarse en los supermercados de pueblo, pero en esta botella de vidrio soplado hay toda una arqueología. La fabricaron cuando la electricidad era un sueño y sólo veían el mar los que emigraban. Está hecha para ser taponada con corcho, y no un tapón de rosca de aluminio encajada por robots. Alguien, con su aliento, sopló el vidrio incandescente hasta hacerlo botella y, si miras bien, puedes distinguir las burbujas atrapadas que una vez fueron su respiración. La botella tiene los hombros altos y orgullosos y es de un verde tan opaco que hay que prestar atención al líquido que guarda. Yo la he llenado de aceite de olivas portuguesas y la tengo en la cocina en un lugarcito especial. Me encanta sacarla cuando ella viene a desayunar y baña dulcemente la rebanada de pan que intento cortar como los antiguos, con la hogaza bien pegada al corazón (el pan, queridos míos, es un asunto muy serio). Así, en lo cotidiano, le dedico un pensamiento al viejo dueño de esta botella. Quizá el siguiente (siempre hay un siguiente), también piense en nosotros.

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