Esta colección es una ruina

Las colecciones varían según las preferencias de los individuos.
Dicen los psicólogos que el coleccionismo tiene que ver con el afán del ser humano por acopiar objetos, una actividad que genera altos niveles de bienestar y felicidad y que muchos consideran además como una inversión. Pero a la hora de vender, el ‘tesoro’ familiar se desvanece en un mercado de oferta y demanda desconocido por la mayoría.
El economista madrileño José Barrientos, vivió hace unos años la experiencia de tener que liquidar tres colecciones de sellos, trenes eléctricos y cuadros, legadas por su padre a él y a sus cuatro hermanos, que siempre habían oído hablar de ‘la inversión tan importante’ que algún día heredarían.

‘Ni siquiera sabíamos lo que tenía mi padre’, explica a Efe. ‘Era un comprador compulsivo que se dedicaba a almacenar más que a coleccionar. Era el típico 'mirlo blanco' para todos los buitres que existe en ese sector’. Pero lo cierto es que cuando fueron a vender la colección de sellos, en la que calculan que su progenitor gastó unos 30 millones de las antiguas pesetas, sólo consiguieron diez millones.

‘Juegas en un mercado de oferta y demanda que desconoces. Cuando quieres vender tienes que ponerte en manos de un intermediario que te da una tercera parte del valor que tú has invertido y se lo coloca a otros ‘mirlos’ por tres veces más de lo que te ha pagado. Y ese es el negocio, por otra parte lícito, del filatélico’, explica Barrientos.

‘Yo no tengo los contactos para vender los sellos. Eso lo tienen los profesionales, que conocen perfectamente lo que les piden sus clientes. De modo que al adquirir la colección saben que hay mucho material que no tiene valor, pero otro ya lo tienen colocado’, explica este economista.

Esta familia vivió experiencias similares para liquidar los trenes eléctricos y los cuadros ‘que al final vendimos uno a uno por Internet, porque no hubo galería que se hiciera cargo de la ingente cantidad que teníamos acumulada’, explica.

Calcula que de una inversión total, entre las tres colecciones, de unos cien millones de pesetas, consiguieron recuperar tan sólo 15 ó 16 millones.

‘Si lo que te gusta es coleccionar, disfrútalo, pero hablar de inversión es una tomadura de pelo’, asegura José Barrientos, quien se lamenta de que ‘cuando vas a comprar te hablan de un valor seguro, y cuando vas a vender no hay nadie que te dé ese dinero’.

Coleccionar no es invertir

‘En una colección de sellos, unos se revalorizarán y otros no’, explica Antonio Amat, gerente de la Galería Filatélica de Barcelona. ‘Aquí funciona la ley de la oferta y la demanda y, por ejemplo, los sellos de 0,20 céntimos, que los tienen todos los coleccionistas y todos los comerciantes, tienen un valor muy bajo’.

Por eso -dicehay que distinguir entre quienes quieren hacer una colección y los que quieren invertir, es decir aquellos que se asesoran en monedas o sellos que tengan posibilidad de rentabilidad.

‘Cuando sale un sello, los profesionales tenemos una idea de si se va a revalorizar, pero no de cómo, cuándo, ni cuánto. Sólo somos capaces de ver si un sello tiene futuro’, explica Amat.

Este profesional se lamenta de que ‘a veces los ofreces pero como tienen un precio más alto de lo normal, muchos lo rechazan, y al final ése es el que vale’.

‘El consumidor va a ciegas porque no se asesora bien con los profesionales, y si no entiende de sellos no tiene más remedio que depositar su confianza’, explica Amat, quien reconoce que existen unos criterios de tasación, aunque no están totalmente unificados.

Por ejemplo, dice, los pequeños comerciantes siempre hacen una tasación peor que los grandes. Es decir si los mayores dan diez, el pequeño tiene que dar nueve para luego vendérselo y ganar algo.

Papel, hojalata y retroinformática

Para Mario Sala, presidente de la Asociación de Profesionales y Amigos del Coleccionismo (ASPRAC), ‘cualquier colección es una inversión a largo plazo’. Esta asociación reúne a comerciantes y coleccionistas de objetos efímeros, que sirvieron para algo en un momento determinado y que han caído en desuso.

Con una característica importante: frente a los sellos o monedas u otros objetos en serie, éstos no fueron ideados especialmente para ser coleccionados. Se trata de cosas en papel o metal, como postales antiguas, carteles publicitarios, sobres de azucarillos, cómics antiguos, álbumes de cromos o juguetes de hojalata.

‘Son cosas que no se pueden ir a buscar a ningún lado, están en manos de un coleccionista y su valor es el que pueda y quiera pagar otra persona’, explica Sala, que presume de que en estas colecciones se encuentran objetos irrepetibles.

‘Si tienes una postal antigua de Madrid, puede que sea la única que existe, por sencilla o humilde que sea tu colección’.

Un mercado que se mueve en comercios unifamiliares que no tienen un volumen grande de facturación, y en los que la gente ‘va a pasar un rato de ocio, a investigar a estudiar’, explica Sala.

Objeto de estudio es también lo que mueve a algunos de los aficionados a la retroinformática, una forma de coleccionismo centrada en el acopio de ordenadores y de electrónica de entretenimiento, de aparatos de los años ochenta o anteriores.

Un mercado que se mueve a través de Internet fundamentalmente, según explica Colossus, administrador de Zona de Pruebas, lugar de encuentro de aficionados, usuarios y coleccionistas de retroinformática, de ‘cacharros’ en su argot.

‘Hay una corriente importante que intenta preservar programas que están en cinta o disquetes que tienen veinte o treinta años y que por una cuestión meramente física de deterioro del soporte van a dejar de funcionar. Y volcarlos en formato digital’, explica.

Además quieren investigar ‘porque hay muchos equipos muy conocidos con mucha información en Internet, y otros que no lo son tanto, y que queremos rescatar, recopilar información para que conste que en su día existieron y que tuvieron una cierta relevancia histórica’.

Son distintas formas de recolectar objetos, con más o menos valor. Una actividad que, según el psicólogo Luis Muiños, genera en muchas personas endorfinas, la hormona del bienestar y de la felicidad.

Con una parte positiva: buscar algo que nos cuesta un esfuerzo, que nos hace ser activos. Pero también una negativa: la obsesión, cuando coleccionar es la única cosa que te hace ser feliz. ‘Eso no es bueno, lo bueno es que seamos multiadictos’, dice Muiños.

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