Obituario | El diablo ganó la partida

Mick Jagger, al poco tiempo de conocer la noticia de su muerte, publicó en su cuenta de Twitter: “Dios te bendiga, Jerry Lee. ¡Tus canciones iluminaron mi vida!”. Sam Philips, el fundador de Sun Records y el productor que también descubrió a Elvis Presley, Howlin’ Wolf, Johnny Cash, Carl Perkins y Roy Orbison, llamó a Lewis “el hombre más talentoso con el que he trabajado, blanco o negro... uno de los seres humanos más talentosos para caminar en la tierra de Dios”.

Más allá de todos los artículos que se han publicado acerca de Jerry Lee Lewis al conocerse la noticia de su fallecimiento, y de los datos ya sobradamente conocidos, quizá sea necesario para complementar esos obituarios, fijarse más en esa figura, como bien diría mi querido amigo Jaime Noguerol, desde el “ángulo inverso”.

En especial porque pocas personalidades en la historia del rock han sido tan controvertidas y han mostrado tan claramente las dos caras del ídolo; el artista irreverente y revolucionario, el icono del rock’n’roll capaz de provocar un estallido de pánico entre las mentalidades biempensantes y por otro, el individuo que alejado de los focos, fuera del escenario y sin todo el glamour de una estrella de rock a su alrededor, quizá por la dificultad de asimilar ese tipo de vida que conlleva la fama multitudinaria, los traumas de una educación religiosa ultraconservadora -su madre era una predicadora pentecostal que desaprobaba la música no religiosa y en especial el rock’n’roll y su primo, el infame predicador evangélico Jimmy Swaggart, enemigo público nº1 del Heavy Metal que alcanzó una inmensa proyección mediática y que acabó desenmascarado por su escandalosa vida privada y sus llamamientos públicos a asesinar a homosexuales-, también tiene en su vida episodios oscuros y problemáticos que no empañan su talento como músico, pero que desmontan mucho del glamour con el que esos artistas a veces han sido tratados. Lo mismo sucedió en cierta manera, aunque quizá el peso de esa carga no sería históricamente tan pesada, con Chuck Berry y Johnny Cash.

En un documental de 1987 llamado “I Am What I Am”, Lewis describió la música que escuchó casi de manera clandestina en los ghettos negros de Lousiana, dado que según explicó muchas veces, tenía que ocultar a su familia sus visitas a aquellos garitos como intentar pasar desapercibido en un ambiente que por culpa del racismo institucional establecido en el sur de los Estados Unidos, tampoco era especialmente bienvenido siendo blanco. Pero esas noches en el underground negro, indudablemente cambiaron su vida y le hicieron caer del lado del diablo, o dicho de otra forma, del rock’n’roll. “Allí todo era diferente: era blues y era una especie de rock. Me encantaba el blues. Era algo real. Pensé que yo también era real, porque lo sentía dentro, me transmitía, me comunicaba. El blues, aquel blues, me cambió la vida”.

Aprendió a tocar por sí mismo, combinando los ritmos boogie y el blues de los clubes negros con algo de lo que escuchaba los domingos en su iglesia pentecostal. Pero el rock’n’roll se consideraba demoníaco y de hecho, cuando era adolescente, Lewis fue expulsado de la escuela a la que asistía, la Southwest Bible Institute en Texas, por tocar boogie-woogie en el piano de la escuela.

Cuando el rock’n’roll te contamina con su veneno, ni castigos, ni expulsiones, ni represiones de ningún tipo paran ese maravilloso veneno y Jerry Lee Lewis en modo alguno fue la excepción: A finales de 1956 consigue firmar su primer contrato nada menos que con Sun Records y en muy poco tiempo, con apenas 25 años, alcanzó el éxito total con el éxito que definió su carrera: “Whole Lotta Shakin’ Goin’ On”. Era una canción grabada por primera vez en 1955 por un artista negro, Big Maybelle para Okeh Records (tema que fue producido por un joven prometedor, Quincy Jones). Pero fue la versión rockabilly de Lewis, lanzada en 1957, la que se convirtió en un éxito en las listas de éxitos y puso un piano en el centro del rock’n’roll. En 2000, el difunto productor Jack Clement describió esa sesión de Sun Studios a NPR: “Todo lo que hice fue encender la máquina y grabamos ‘Whole Lotta Shakin’ Going’ On’ en una sola toma”. Lewis diría más tarde que sabía que tenía un éxito si salía en una sola toma, como así sucedió.

Esa fue la sesión en la que también se grabó su mayor éxito: “Great Balls Of Fire”. Sam Philips le dijo en esa misma sesión: “¡Puedes salvar almas!” a lo que proféticamente Lewis respondió: “¿Cómo puede el diablo salvar almas? ¿De qué estás hablando? Tengo el diablo dentro de mí. Si no lo tuviera, sería cristiano”.

Lewis comenzó a salir de gira junto a Buddy Holly y Chuck Berry, y en poco tiempo, sus actuaciones estaban cargadas de éxito y sexualidad. Pero todo cambió cuando como es conocido, en junio de 1958 durante una gira por Inglaterra, los periodistas británicos le preguntaron por la hermosa joven que estaba a su lado. Era la nueva esposa de Lewis, Myra, que solo tenía 13 años. A medida que la prensa investigaba, se dieron cuenta de que la “Sra. Lewis” no solo era todavía una niña, sino que era su prima. Y este ya era el tercer matrimonio de Lewis, que tuvo lugar mientras el artista aún estaba legalmente casado con su segunda esposa. El linchamiento mediático fue solo cuestión de tiempo y la caída en picado de su carrera durante muchos años, exactamente igual.

Su matrimonio con Myra no obstante duró una década, y en la biografía de 2014 de Rick Bragg, “Jerry Lee Lewis: His Own Story”, Lewis afirmaba: “Parecía una mujer adulta, inteligente y lista para vivir su propia vida... pensé en que sí, tenía 13 años y todo eso, pero eso no impedía que fuera una mujer de pleno derecho”. En años posteriores, Myra Lewis alegó que su ex cónyuge abusó de ella, pero más recientemente mantuvo una relación afable con su exmarido, y ha definido su matrimonio como “diez años increíbles y maravillosos”. (A lo largo de los años, Lewis se casó un total de siete veces).

La vida personal de Lewis siguió siendo confusa, salpicada de traumas y mezclada con cantidades masivas de medicamentos legales y alcohol. Tal vez como el propio Rock’n’Roll. Dos de los hijos de Lewis también murieron: en 1962, su hijo Steve Allen se ahogó en una piscina a los tres años, y en 1973, su hijo mayor, Jerry Lee Lewis Jr., murió en un accidente automovilístico. También hubo un incidente en 1976 en el que Lewis, completamente borracho, estrelló su coche contra las puertas de Graceland, exigiendo ver a Elvis en persona con una pistola en el salpicadero del automóvil.

Tal vez la mejor semblanza que en el día de su muerte quepa decir sea la que publicó uno de sus biógrafos, Rick Bragg. “La mayoría de nosotros somos pecadores aficionados, en el mejor de los casos, en comparación con Jerry Lee Lewis. Pero él los puso a todos a bailar. ¿Cómo puede ser eso un pecado?”.

Te puede interesar