Díaz de Rábago, un misionero de 96 años poseedor de una fe que mueve montañas

Fotografía facilitada por el sacerdote jesuita y médico Andrés Díaz de Rábago, que trabaja en China desde 1917
photo_camera Fotografía facilitada por el sacerdote jesuita y médico Andrés Díaz de Rábago, que trabaja en China desde 1917

Es un religioso que puede presumir de haber hermanado, a su manera, a la tierra gallega con el continente asiático, donde trabaja desde los 30 años

El sacerdote jesuita y médico Andrés Díaz de Rábago, un apellido de gran renombre en Galicia, lejos de tener un discurso solemne, es un conversador distendido y ameno que con una oratoria sencilla y cercana evoca anécdotas y curiosidades de sus seis décadas de trabajo en China.

Este coruñés (A Pobra do Caramiñal, 1917) es un religioso que puede presumir de haber hermanado, a su manera, a la tierra gallega con el continente asiático, donde trabaja desde los 30 años, y, ya veterano, reflexiona en una entrevista con Efe, con motivo de su estadía en Galicia, sobre una experiencia marcada por el "devenir" de la vida.

En 1940, tras licenciarse en Medicina, ingresó en la Compañía de Jesús de Salamanca, y siete años después se trasladó a Pekín, donde inició sus estudios en Teología y se empezó a "enamorar" de la cultura oriental y de su pueblo, sobre todo por su extraordinaria "amabilidad y humanidad" en tiempos conflictivos, época en la que se produjeron sus primeros pasos en el feudo del dragón.

Su afabilidad y cortesía fueron los elementos que aliviaron en gran medida el choque cultural que experimentó al llegar allí sin pasaje de vuelta para entregar su existencia a una labor religiosa, humanitaria y médica, algo que se veía como un "entierro pero sin cadáver", porque la familia asumía que difícilmente volvería a ver a todo ser querido que se consagrase a estas encomiendas.

"Alguien decía que esto era un satisfacción pero sin alegría. Y estaba muy bien dicho. No se sabía cuándo íbamos a volver", cuenta irradiando jovialidad y a un "suspiro" de cambiar de prefijo para convertirse en centenario.

De esa primera etapa en China, una de las más complicadas, rememora Díaz de Rábago historietas y chascarrillos que colorean una trayectoria de entrega, y agradece incluso a Mao Tse Tung "que hoy esté aquí".

Reconoce este gallego que aprendió mucho del comunismo, sobre todo de los jefes, movidos por un gran entusiasmo, consecuencia de arraigados y fuertes ideales.

Pero antes de su "novia formal", China, como le gusta decirlo, tuvo Andrés Díaz de Rábago otros "idilios" con "otras", llamadas Filipinas, Timor y Taiwán.

A este histórico jesuita le faltan poco más de tres meses para cumplir los 97 años, el 3 de octubre, aunque, como él mismo relata, en China, su país de adopción, los niños nacen ya con un año, y por lo tanto "¡allí ya tengo los 97!", detalla vitalista, con jolgorio y carcajadas, buena muestra de un entusiasmo eterno e imperecedero.

La ilusión, la esperanza y la fe son algunos de los valores que mueven a este galeno de profesión que entregó su vida a los demás: "Es mejor dar que recibir", insiste en la actualidad, y de su camino jamás se ha arrepentido.

Su vocación la ejemplifica con un relato que, siempre que puede, cuenta. Es la historia de una joven americana que en los años 40 ó 50 fue prisionera de los rusos, que la encerraron en un campo de concentración en Siberia.

La primera jornada, cuando salió al patio junto al resto de las reclusas, una anciana se le acercó y le dijo: "Usted es el primer día que está en este campo. Si quiere que le dé un consejo, no se preocupe de usted misma, preocúpese de los demás, sírvalos y sacrifíquese por ellos".

"Suelo contar este cuento porque a mí me impresionó mucho", detalla Díaz de Rábago, un hombre que ahora dedica su tiempo a la dirección y al "cuidado" de los jesuitas de todo Taiwán, alrededor de un centenar, un grupo en el que, paradójicamente, "solamente hay cuatro más mayores que yo, el resto son menores".

Una salud de hierro acompaña a Andrés Díaz, que se encuentra "físicamente mejor" que otra gente de su edad que no tiene ese "ideal sobrenatural" de ayudar a los demás.

"Dicen que sonrío mucho. Pues sí. Y quiero que los demás también sonrían. Lo cual no quiere decir que no se pasen días malos, algo que a mí también me ocurre", apostilla.

Las reflexiones de este misionero son célebres, al igual que otras formuladas por ilustres parientes suyos, de los Díaz de Rábago, un clan con una semblanza propia y consolidada en Galicia.

Andrés Díaz de Rábago es primo de la fallecida Carmela Arias Díaz De Rábago, la primera mujer que presidió una sucursal bancaria en Galicia, el Banco Pastor, además de ser también la máxima directiva de la Fundación Pedro Barrié de la Maza.

Linaje e historia no faltan en esta conocida familia, en la que Díaz de Rábago es uno de los más longevos, al igual que "Conchita Díaz de Rábago, que está retirada ya, en A Coruña, y no se encuentra muy bien de salud".

Díaz de Rábago tiene también primos "con muchas primaveras cumplidas" dispersos por toda la geografía española, desde Vigo, donde tiene una prima con 101 años, hasta la ciudad de Sevilla.

"Yo ya soy muy viejo", concluye Andrés Díaz de Rábago, pero en su viajera agenda tiene un mandato, explicar su visión de las cosas y, a cambio, "percibir mucho amor en el retorno".

"Si yo no fuese así -prosigue-, sería muy difícil que a mi edad estuviese todavía trabajando, saliendo, andando de un lado para otro, y, menos aún, asistiendo a gente mucho más joven que yo".

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