CON LOS PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA

Con Franco muerto, el futuro se convirtió en presente

20180728193423903_result
photo_camera Alfonso S. Palomares y otros periodistas analizan con Felipe González los resultados de las primeras elecciones democráticas.

Entramos en los años setenta soñando apasionadamente con el futuro, esperando el futuro, idealizando un futuro ligado a la muerte de Franco, y de pronto, con Franco muerto y enterrado, no sabíamos si estábamos en el futuro o seguíamos en el pasado. 

Nunca había entendido tan bien el famoso cuento del guatemalteco Augusto Monterroso, que dice: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí" ¿Quién era el dinosaurio que seguía allí? Cuando nos lo preguntamos en la redacción de la revista Posible, teníamos clara la respuesta, era el edificio institucional de la dictadura que seguía en pie. Todo el andamiaje legal continuaba vigente, solo habían cambiado algunos rostros en el retablo del poder, muy pocos, el más visible era el del rey Juan Carlos en vez del de Franco. El presidente Arias Navarro encarnaba y defendía el espíritu negro del franquismo. Todos desconfiaban del rey, empezando por los fervorosos monárquicos que seguían a su padre, don Juan. Los fundamentalistas del régimen sospechaban que iba a traicionarles, los falangistas de Girón lo gritaban e incluso llegaban a afirmar que ya les había traicionado, la izquierda ilegal que acampaba fuera de los muros del sistema temía que el joven soberano no tuviera el valor ni la voluntad de cambiar las cosas. Solo los aperturistas del régimen, los fedisarios de Pío Cabanillas y otros acompañantes, esperaban que Juan Carlos I trajera el aire de las libertades, ya que solo en ese aire ellos podrían seguir respirando políticamente, y también el rey solo podría salvar la corona si hacía esa apuesta ya que él, al igual que los aperturistas, tenía raíces franquistas, y de las leyes del llamado Movimiento Nacional le venía la legitimidad. 

Todo esto lo discutíamos en la redacción, las cosas no iban a ser tan simples ni tan sencillas como habíamos creído, como habíamos soñado al celebrar la muerte del dictador. De estas reflexiones sacamos la conclusión que el periodismo tenía el compromiso más fuerte que nunca, el de luchar por la democracia y la libertad. En esta coyuntura histórica, aparte de dar noticias, nuestro deber ético tenía como apuesta irrenunciable la lucha por los valores sustanciales de la libertad y la democracia.

Recordé los días del Congreso Cultural de la Habana, cuando Fidel Castro pedía a los intelectuales ocupar la vanguardia de la Revolución. Una revolución que desgraciadamente llevaba también los dogmas de la dictadura. Ahora, nuestra revolución sería la de crear el clima para una convivencia plural. Sobre estas ideas discutimos apasionadamente en mi despacho de Posible para redefinir la línea editorial de la revista, ya que a los nuevos problemas había que responder con nuevas soluciones. 

La verdad es que las circunstancias eran realmente nuevas. En el debate participábamos Félix Bayón, Manuel Merchán, Miguel Ángel Aguilar, José María Izquierdo, Jorge M. Reverte, Cuco Cerecedo, Pedro Costa Musté, María Antonia Iglesias y Heriberto Quesada. Al levantar la reunión teníamos clara la línea editorial y las noticias debíamos darlas de manera que favorecieran y agilizaran las marcha hacia la democracia, un camino tan sinuoso como resbaladizo, y que perjudicaran de forma clara a los inmovilistas. 

Ahora tengo la sensación que esto ocurrió hace mil años, por eso no les voy a contar las minuciosas batallas informativas que íbamos librando día a día. Al principio solo unas cuantas publicaciones insensatas, y después, más tarde, cuando cambiaron las cosas, con un acompañamiento amplio, que terminó convirtiéndose en sonido coral al pasar los peligros de informar, y el soñado futuro se estaba convirtiendo en presente.
En relación con aquel tiempo que describo, todavía faltaban algunos meses para que desapareciera el dinosaurio, porque el dinosaurio todavía estaba allí, mientras siguiera de presidente Arias Navarro y tal vez algún tiempo más. Vivíamos en una tolerancia vagabunda, sin seguridades jurídicas, y la tolerancia se volvía con frecuencia intolerante, como cuando al borde de la muerte, el toro en un último gesto desesperado todavía busca fuerzas para cornear al torero. Éramos provisionales moradores de una dictadura oscura e incierta. 

20180728193423746_resultLa calle estaba revuelta y violenta, la crisis económica disparó las huelgas y los conflictos laborales, la universidad se movilizaba por las libertades, la extrema derecha asaltaba librerías y arrojaba explosivos a todo lo que tuviera relación con la izquierda. ETA multiplicó su presencia asesina dejando una lista de 11 muertos de enero a junio, y el secuestro de Barazadi, un industrial vasco que terminaría siendo asesinado. Fraga gritaba inútilmente aquello de "la calle es mía". Los sucesos de Vitoria causaron cinco muertos y medio centenar de heridos a manos de fanáticos de la extrema derecha. "Gobernar no es disparar, es evitar que haya disparos", publicó la revista Triunfo en un editorial.

El rey que empezaba a soltarse la lengua, mereciendo el calificativo de "indiscreto", decía que Arias Navarro era un completo desastre. La tolerancia indiscreta y ambigua generaba arbitrariedad, una arbitrariedad que se convirtió en particularmente agresiva contra la prensa. Vivíamos otra vez en el miedo cuando teníamos que pasar el depósito previo para logar la autorización para distribuir la revista. Los secuestros, multas y procesamientos amparados en la Ley Fraga del 66 se encadenaban unos con otros.

La lista de los afectados era interminable y sorprendente, habían alargado el abanico, ya que muchas publicaciones que antes se movían en los espacios canónicos del régimen ahora se sumaban a una libertad que legalmente no existía. En las lista de procesados, multados o secuestrados, estaban Abc, El Correo de Andalucía, Triunfo, Posible, Cambio 16, Cuadernos para el Diálogo, Personas, Nuevo Diario, Fotogramas, Sábado Gráfico, La Codorniz, Muchas Gracias, Papillón y Gaceta Ilustrada. Seguro que no he citado todas las publicaciones que en aquellos meses oscuros e inciertos del presidente Arias Navarro padecieron el acoso administrativo y judicial. Para mí, acudir al Tribunal de Orden Público, como director de la revista Posible, se convirtió en una rutina, tanto que frecuentaba más al juez Gómez Chaparro que a la mayoría de mis amigos. 
El diario Pueblo, dirigido por Emilio Romero, había creado unos premios que gozaban de gran prestigio, "Los populares de Pueblo", que se entregaban a una persona que había destacado en su actividad; el mejor banquero, el deportista más notorio o el empresario de más éxito. El año 1974 me distinguieron con el de periodismo. La entrega de los premios tenía lugar en el gran salón del periódico convertido en comedor y salón de actor. A mí me lo entregó el ministro de Información y Turismo, León Herrera Esteban. Me dio un abrazo ritual y soltó la también felicitación ritual. Al despedirme, me preguntó: "¿podía hablar con usted después de la cena?", "por supuesto", le contesté. Nos vimos al final de la cena y me dijo: "es una pena que periodistas como usted se pierdan en luchas inútiles, debían convencerse que la manera de hacer grande a España es defendiendo las luchas de las instituciones". Le dije que me parecía bien, ¿qué iba a decirle? No era el momento de entablar una discusión en la que él tenía la espada y la pistola. Su voz fue la voz que dio en tono compungido los avatares de la muerte de Franco y el ceremonial de su entierro.

El 2 de julio de 1975, el rey nombró presidente del Gobierno a Adolfo Suárez, recibido con una decepción general. ¡Qué error, qué inmenso error!, escribió Ricardo de la Cierva. El flamante presidente ofrecía la imagen de un cartel para anunciar casinos y las revistas ilustraron la noticia vistiendo el uniforme de gala de Falange jurando como secretario general del movimiento. No parecía el hombre adecuado para las exigencias de aquel momento histórico, tenía demasiado pasado, un pasado azul que no anunciaba precisamente la esperanza de la primavera. Nos equivocamos. Totalmente. Inmediatamente comenzó a repartir y dar juego. Vimos y contamos con asombro como le iba retorciendo el cuello a las leyes fundamentales del franquismo, entre tiras y aflojas. Teniendo al rey como punto de apoyo, soltaba órdagos democráticos sobre ruidos de sables. Negociaba con Felipe, negociaba con Carrillo, con Tierno, con Fraga, con Pujol. Hablaba con banqueros, generales y sindicalistas. Un día se atrevió con el gran desafío, legalizar el Partido Comunista, aprovechando la tristeza ritual del Viernes Santo.

El andamiaje legal de la dictadura se iba desmoronando, pero todavía quedaban algunas columnas administrativas, como tuvimos ocasión de comprobar varias semanas antes de las primeras elecciones democráticas. En el primer número de junio de 1977, publicamos un reportaje a toda portada bajo el título: "1937, en ocho meses 1.880 ejecutados. Arias Navarro, "el Fiscalito de Málaga". Tuve que ir a declarar a los juzgados militares de la plaza de Atocha. Un coronel me preguntó con un brío lleno de agresividad. El fiscal, creo que fue un fiscal togado el que me pidió seis años de cárcel. No me asustó, sabía que el edificio franquista terminaría hundiéndose hasta convertirse en escombros. Así fue. 

El 15 de junio tuvieron lugar las primeras elecciones democráticas. Las seguí junto a Felipe González en la sede del PSOE, le comenté lo que me había pasado con el coronel jurídico. Me contestó, creo que la libertad de prensa y las restantes libertades ya están aseguradas.

Te puede interesar
Más en Sociedad