Imágenes para la eternidad

Maximino Reboredo. [Bebé morto]. 1890-1899. Negativo en placa de vidrio. Cortesía Archivo Reboredo (Julio Reboredo).
photo_camera Maximino Reboredo. [Bebé morto]. 1890-1899. Negativo en placa de vidrio. Cortesía Archivo Reboredo (Julio Reboredo).
La tesis de la historiadora Virginia de la Cruz rescata del olvido la fotografía de difuntos, muy popular en el siglo pasado

Hubo un tiempo en el que la muerte no era un tabú, formaba parte de la vida diaria de los españoles porque la enfermedad, las hambrunas y las condiciones de vida diezmaban a la población. Los niños morían a temprana edad sin que la medicina tuviera respuestas para ellos, mientras que para los adultos la esperanza de vida era de 42 años en 1850. Recordarlos y mantener viva su memoria formaba parte de las obligaciones y los ritos familiares. La fotografía de difuntos surgió así, de forma natural, y se hizo ampliamente popular en Galicia durante más de 100 años.

En el año 2010 se publicaba la primera tesis sobre la fotografía de post mortem en el mundo. Fue un trabajo realizado por Virginia de la Cruz Lichet al que llegó por casualidad. Doctora en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid, su primera intención fue investigar sobre la fotografía contemporánea. Pero el contacto con el archivo de Virxilio Viéitez cambió sus planes para siempre. El monumental trabajo de Viéitiez se hizo público en 1998 por el afán de su hija Keta que se empeñó en sacar a la luz sus más de 50.000 fotografías de toda una vida detrás de la cámara.

De la Cruz entró en contacto con el archivo del fotógrafo de Soutelo de Montes y quedó impresionada por una serie de imágenes que no había visto nunca. Eran escenas familiares en torno a un difunto. A veces adultos, pero en muchas ocasiones niños que no llegaban a cumplir su primer año de vida. Este hallazgo la llevó a investigar si lo que retrataba Viéitez era un trabajo exclusivo o formaba parte de los encargos habituales de los fotógrafos del siglo pasado.

Documento notarial

Así surgió una tesis que en aquel momento fue la primera que abordó este tema y que convirtieron a la historiadora de origen francés (Chartres 1978) en una de las principales autoridades de este género. Hoy Virginia de la Cruz Lichet imparte clases en la Universidad de Lorraine, pero realiza viajes frecuentes a España donde la reclaman para participar en congresos y exposiciones sobre lel tema.

Recorrió durante meses Galicia documentándose para su tesis. Pudo entrevistarse con Viéitez, quien le habló de su trabajo y le puso sobre la pista de otros fotógrafos que hacían estos mismos encargos. La fotografía de difuntos cumplía una función esencial en aquella época según explica Lichet. "Cuando el fallecido era un niño se buscaba que perdurase su recuerdo a la vez que ayudaba a las familias a sobrellevar su dolor". En el caso de los adultos podía llegar a cumplir una función notarial, ya que una época donde la emigración estaba tan presente servía como documento para justificar el fallecimiento de un abuelo o un padre, y proceder así a ordenar la herencia.

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Con el paso de los años los fotógrafos profesionales dejaron de hacer estos trabajo. Gracias a la popularización de la fotografía doméstica era la propia familia la que podía retratar a los fallecidos, porque esta práctica continuó adelante, según afirma De la Cruz, hasta mediados de 1980.

A principios de año se publicaba un nuevo libro que aborda este tema “Post Mortem”, con prólogo de Alejandro Amenábar que recoge la colección privada de fotografías del popular actor Carlos Areces y en el que Virginia de la Cruz abunda sobre este género. La publicación recoge imágenes de quince países y de diferentes épocas, pero en el que la técnica se repite de forma similar en todo el mundo haciendo difícil identificar la procedencia de las mismas. Una edición limitada a 1.839 ejemplares, un guiño de complicidad a esa primera imagen que en aquel momento se llamó daguerrotipo en homenaje a su descubridor Louis Daguerre.

 

Una práctica común que se desarrolló en todos los estudios de fotografía de Galicia

La doctora en Arte Virginia de la Cruz explica que la fotografía post mortem se mantuvo en Galicia hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. En sus investigaciones se ha encontrado con numerosos profesionales que hacía estos encargos. . Estos son algunos de ellos.

Maximino Reboredo trabajó en Lugo y a pesar de fallecer a los 24 años consiguió unas fotos delicadas de gran efectividad. En el caso de los niños la técnica empleada es la de "niño dormido", muy común en Estados Unidos, pero en el caso de Galicia sustituyendo el sofá del salón donde se velaba por la mesa de la cocina recubierta con manteles y telas.

En Vigo uno de los archivos más importantes es el Archivo Pacheco. Xaime Pachecho, de origen portugués se formó en Ourense con su hermano Xosé con el que formó Ksado antes de instalarse por su cuenta. Pacheco introdujo novedades en este tipo de encargos. Hace descender el ataúd de la mesa y lo sitúa en el suelo en una técnica que se adaptará por posteriormente otros colegas de profesión.

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AUTODIDACTAS

José Moreira, natural de O Porriño, fue casi un autodidacta y se especializó en el retrato de interior. Abordó la fotografía post mortem "con mucho respeto" influido seguramente por la pérdida que sufrió de varios hijos señala Lichet en su tesis.

En la zona de A Estrada, el fotógrafo Pedro Brey Guerra incorporó una novedad que también tendría continuidad en la profesión. Fue el traslado del difunto al exterior donde puede ser retratado aprovechando la luz natural.

Otros fotógrafos que trabajaron este género fueron Ramón Godás, con estudio en Carballiño; Carlos Pazo García que trabajó en Ourense; Luis Chao que inicia una estirpe de fotógrafos en Ribadavia; Ramón Caamaño en Muxía, Manuel Barreiro en Forcarei y José Luis Vega en Lugo.

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