con los protagonistas de la historia

Incidencia en el Palacio de la Zarzuela

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photo_camera Al periodista argentino Nelson Alberto Castro (derecha) se le cae el galardón.

En la entrega de premios de 1994, al entregar el rey la estatua a Nelson Alberto Castro se produjo una descoordinación y el galardón cayó a los pies de la reina

La cita era a las 12 en el Palacio de la Zarzuela, lo que quería decir que a las 11,30 teníamos que estar en la residencia de los reyes. Según el exacto protocolo de la Casa Real, los invitados tienen que llegar media hora antes de que comiencen los actos protagonizados por los soberanos. ¿Por qué? Las liturgias reales no obedecen a razones, sino a la estética. Todo tiene que estar a punto y en orden cuando ellos llegan, no es cosa de que vayan a estar con los brazos cruzados o mirando el artesonado de los techos mientras esperan. Los reyes no esperan, a los reyes se les espera. Que yo recuerde solo esperaron en la boda de la hija de Aznar, Ana Aznar, que se celebró en el monasterio del Escorial con ínfulas imperiales.

El 24 de enero de 1995 era la fecha elegida para la entrega de los premios Rey de España correspondientes al año anterior. Los premios Rey de España se dividían en dos fases: la concesión y la entrega. En la concesión un jurado compuesto por cinco periodistas notables de distintos países con el español o el portugués como lengua, más el presidente de Efe y el presidente  de la Agencia española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, que ejercían respetivamente de presidente y vicepresidente del jurado. Después de cuatro días de reuniones, el jurado emitió su veredicto en una velada celebrada en el Palacio de Nariño, residencia del presidente de Colombia, en ese año Ernesto Samper que presidió la ceremonia. La ciudad donde se celebraba entonces era la capital del país al que pertenecía el ganador del Premio Iberoamericano del año anterior, que se concedía al  mejor trabajo relacionado con el V centenario del descubrimiento de América. La entrega la hacen los reyes en el palacio de la Zarzuela unos meses después.

A las 11,30, puntualísimos, estábamos todos en el Palacio de la Zarzuela, los ganadores nerviosos y emocionados esperaban impacientes la hora de saludar a don Juan Carlos y doña Sofía. Los reyes, muy expansivos, se paraban con cada uno de ellos para interesarse por sus trabajos y también les preguntaban por la situación  de sus países. En ocasiones el rey aprovechaba para deslizar alguna crítica sobre ciertos mandatarios, pero también repartía alabanzas. Don Juan Carlos no se cortaba un pelo, incluso en ocasiones rayaba lo indiscreto, lo que le hacía profundamente simpático a sus interlocutores. Siempre salían alabando lo carismático y seductor que era el rey. Nosotros les advertíamos que no se revelaban las conversaciones con el soberano. Cumplieron sin fallos esta norma no escrita.

El formato de la entrega era sencillo y solemne a la vez. Aparte de algunos directivos de Efe y funcionarios de Asuntos Exteriores estaban para dar testimonio del acto los periodistas acreditados en la Zarzuela. Después de que el rey abriera el acto, yo leería un breve discurso glosando los distintos galardones: el sudamericano, el de prensa escrita, el de televisión, el de radio y el de fotografía. Los premios Rey de España, en el que participan autores de todos los países contribuyen a articular la cultura y la información de todo el continente, es una manera de difundir la información multilateral y multicultural. 


Los premiados


Ese año el premio Latinoamericano lo ganó el Equipo TSB de Comunicación de Uruguay por el trabajo titulado: “América Latina en pugna por la integración social” emitido en ocho entregas por el servicio latinoamericano de la BBC. Es una visión en profundidad de la lucha por crear una dinámica que supere las desigualdades, empujada por la cultura. Hablaban de un continente en movimiento contra la resignación y la derrota. Un continente con futuro, pero que exige una lucha constante. 

El premio de Televisión lo ganó la periodista mexicana Patricia Alvarado por un trabajo sobre el Camino de Santiago, emitido por Galavisión, de la que era corresponsal en España. Con unas imágenes muy plásticas y vigorosas le  dio al Camino un misterio de aventura y en ocasiones un cierto dramatismo. Lo compartió con los bolivianos Carlos Mesa Gisbert y Mario Espinoza Osorio por el reportaje televisivo ¿Por qué Paz Zamora?, un trabajo muy crítico con el dirigente boliviano que me llamó para manifestarme su protesta.

No sospechábamos lo que iba a ocurrir, ni del momentáneo susto que nos darían. El protocolo de la Zarzuela ocurre siempre sin sorpresas, ni sobresaltos, hay que cuidar el corazón de los reyes, pero nunca se puede descartar el avatar. Llegó el momento de la entrega de los galardones. Si se fijan en la fotografía en la que yo estoy hablando verán que sobre la mesa, detrás de la cual están sus majestades, hay seis estatuillas. Son las estatuas de los galardones, obra del escultor Vaquero Turcios, que pesan unos siete kilos aunque no lo parezca. La secretaria del jurado Lola García Paz, leyó el acta del fallo y a continuación fue nombrando a los galardonados para que recogieran de manos del rey la estatuilla. Le llegó el turno al argentino Nelson Alberto Castro, ganador del premio de radio por “Diez años de democracia, una década para recordar”. El rey cogió la estatua y al entregársela se produjo una descoordinación manual y la estatua cayó con gran estrepito junto a los pies de la reina. Sorpresa e incertidumbre, en un primer momento no conocíamos los efectos del lance, pero vimos con claridad los gestos de susto de los reyes. Inmediatamente acudió un ayudante para restaurar el orden, mientras el galardonado estiraba los brazos con la elegancia de un director de orquesta (como pueden ver en la fotografía) para reparar el casual  desaguisado.20181020202847865_result

Respiramos tranquilos al comprobar que no había habido ningún descalabro; ni a la reina, ni el rey habían recibido daños secundarios. Todos terminados celebrando la buena suerte con una sonrisa y varios comentarios.

- Menos mal que no me cayó en el pie. Me lo hubiera destrozado- comentó la reina.

- No cabe duda que tuviste suerte y yo también porque pudo haber caído en mi pie.- observó el rey.

Nelson Alberto Castro pidió varias veces disculpas por sus torpeza, el rey le repitió que olvidase el percance pues no había pasado nada. Ni se sabía a quién había que atribuir el fallo. Yo no me puedo descartar de ser el culpable.

Durante cuatro días, el jurado reunido en Bogotá le dedicamos ocho horas diarias a leer los artículos periodísticos, a ver los reportajes de televisión, a oír las crónicas de la radio y a analizar las fotografías. Las fotografías eran lo más rápido y lo más fácil, bastaba con echarles una mirada atenta para valorar la calidad. Al darles un repaso no dudamos de que la mejor, con más fuerza e impacto, era la del brasileño Ivaldo Cavalcanti Alves, titulada: "Superlotaçao Carceraria". Reflejaba el hacinamiento en las cárceles brasileñas.  

Las reuniones del jurado suelen ser interesantes y divertidas, dada la diversidad y calidad de los componentes. Algunos con gran sentido del humor. Ese año tocaba el turno a España, a Filipinas, a Salvador, a los Estados Unidos y a Guatemala. Por España iba Pepe Oneto, director de la revista Tiempo y por Filipinas Napoleón Rama, director de Filipinas Bulletin, el periódico de más tirada del país. 

El último día cuando íbamos a firmar las actas,  Pepe Oneto dirigiéndose a Napoleón Rama le preguntó: ¿Pudiste  dormir bien esta noche Napoleón? Divinamente, le contestó. Pués yo no pude conciliar el sueño por los remordimientos de conciencia. Creo que no hemos sido justos en la concesión de los premios de televisión, mi propuesta es escucharlos de nuevo y decidir de una manera justa. 

A Napoleón se le cambió el color, a la par que decía: “No puede ser, en revisarlos tardamos un día y medio, y yo salgo esta noche para Manila”. Pues esto es lo que hay, yo no puedo marchar con este cargo de conciencia. Yo que estaba oyendo la conversación, intervine para salvarlo del mal trago que empezaba a volverse cada vez más amargo. No le hagas caso Napoleón, le dije. Es un bromista. Menos mal, porque yo no volvía a escuchar un solo trabajo televisivo, ni que me matasen.

En la atmosfera de Bogotá pesaba la amenaza de la guerrilla. Un día, el embajador de España, Carmelo Angulo, amigo de ambos, nos invitó a comer a Oneto y a mí a la embajada que estaba rodeada de militares por temor a una acción de los guerrilleros de Marulanda. Fue una comida muy instructiva  y muy agradable. Al terminar salimos en el coche blindado del embajador, y cuando estábamos al lado de  los soldados, Pepe Oneto, abre la puerta, salé fuera y da tres sonoros gritos: “Viva el Papa, Viva el Papa, Viva el Papa.” Los soldados sorprendidos, respondieron: "Viva, Viva, Vi". Después vinieron las risas.

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