Una joven actriz gitana emociona a Rumanía por su tesón y ambición

Se llama Alina Serban y tiene 24 años. Ha terminado la carrera de teatro entre Bucarest y Nueva York y este mes de septiembre empieza en Londres un máster de interpretación.
La historia atípica de esta gitana bucarestina sería solo la de una joven de talento y éxito, si no fuera por los muchos obstáculos que hubo de superar para hacer carrera artística.

Serban cuenta el arduo camino hacia la normalidad y los sueños en una sociedad hostil a la minoría gitana en su obra 'Yo, la abajo firmante Alina Serban, declaro', un conmovedor monólogo teatral en el que revive alegrías, miedos y esperanzas a través del diario que empezó a escribir a los diez años.

Los problemas comenzaron para ella cuando a los once años se mudó con su madre a un patio sucio y destartalado donde vivían hacinados en pésimas condiciones familiares niños y adultos.

Acostumbrada a mirar los dibujos animados con sus muñecas en su antiguo apartamento, Alina ve con estupefacción cómo debe leer los subtítulos a los niños analfabetos que miran la tele a su lado.

Le impresiona cómo comen, cómo visten, cómo hablan.

Ella ha dejado de ir al médico, y pide a sus amigas que la dejen ducharse en sus casas.

Su mundo no es ése y se quiere ir.

En el colegio empiezan a preguntarle si vive 'donde los gitanos', y siente vergüenza.

'No seas gitano', 'si te portas mal te mandaré a los gitanos', oye en la calle por todas partes.

Y aprieta los dientes e intenta convencerse de que no le importa.

Su madre consigue un trabajo en casa de una mujer paya, y allí se mudan. A Alina no le gusta. Es antipática y muestra desprecio hacia ellas.

Pero lo peor está por venir. Su madre discute a menudo con la mujer. Un día corre asustada hacia Alina: 'la he matado, la he matado', le dice.

Ingresa en prisión y Alina se queda sola.

Vuelve con su padre al patio en el que vivía, a 'los gitanos'.

De nuevo la vergüenza, que alcanza su grado máximo cuando trae a un novio a conocer a su familia.

Entre gritos y órdenes de evacuación, Alina promete ser fuerte: 'luchar con una fuerza de metal para una vida como un ideal', escribe en su diario.

Pero la mejor voluntad flaquea ante algunas pruebas.

En la escuela les preguntan por sus planes de futuro. Levanta la mano y dice que quiere ir a la universidad, pero enseguida toca con los pies en la tierra y piensa: '¿por qué te engañas?'.

Más realista sería decir, añade, que se casará y parirá los hijos en un carromato.

Pero Alina no renuncia. Escribe una carta a las autoridades en la que describe cómo vive y pide 'apoyo para continuar sus estudios' y 'un lugar decente en el que pueda estudiar'.

'Yo, la abajo firmante Alina Serban, declaro', es la frase con la que empieza su solicitud y que da título al espectáculo, que estos días ha conmovido a decenas de espectadores en Bucarest.

Alina consiguió que la ayudaran, fue a la facultad y por primera vez sintió orgullo de ser gitana.

Trece años después de que comenzara aquel diario, aquella niña, que veía más factible casarse y tener muchos hijos, ha estudiado seis meses en Nueva York, ha interpretado a Shakespeare en un festival de verano en Polonia y se prepara para empezar un máster en Londres.

Su espectáculo y su ejemplo han emocionado a cientos de personas en Rumanía.

Su mensaje puede ser un ejemplo para muchos en una país con alrededor de dos millones de gitanos, que a menudo viven en la pobreza y la marginación y se enfrentan a fuertes prejuicios sociales.

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