Mike Olfield: 50 años de ‘Tubular Bells’


Mi interés en la vida proviene de plantearme retos enormes, aparentemente inalcanzables, e intentar superarlos. Esta es una frase atribuida a uno de los empresarios más singulares del mundo, el británico Richard Branson, fundador del imperio comercial Virgin, y que puede contar entre uno de sus más inesperados y celebrados éxitos, cuando en 1973 solo tenía una tienda de discos en el Soho londinense y un pequeño sello discográfico independiente, ser el descubridor de uno de los músicos de rock progresivo más inmensos de la historia reciente: Mike Olfield.

¿Cuándo Richard Branson escuchó por primera vez la maqueta de ‘Tubular Bells’, el legendario álbum que esta próxima semana cumple 50 años desde su puesta a la venta, pensó que lanzar ese álbum y lograr éxito con él era uno de esos retos inalcanzables de los que hablaba en esa frase? Todo hace pensar que sí, pues Mike Olfiield le propuso editar ‘Tubular Bells’ toda vez que la práctica totalidad de sellos discográficos existentes en Inglaterra rechazaron editar ese complejo y experimental álbum, que ha llegado a vender alrededor de 20 millones de copias.

Mike Oldfield aprendió a tocar la guitarra a muy temprana edad y cuando era adolescente, se convirtió en el bajista de The Whole World, una banda formada por el ex miembro de Soft Machine, Kevin Ayers. The Whole World grabó su álbum debut ‘Shooting at the Moon’ en 1970 en los Abbey Road Studios a lo largo de varios meses, con lo cual cuando el grupo no tenía una sesión de grabación reservada por la mañana, Oldfield llegaba temprano y experimentaba con los diferentes instrumentos, incluidos pianos, clavicémbalos, un mellotron y varios instrumentos de percusión orquestales, aprendiendo a tocar cada uno de ellos. El grupo se rompió en 1971 y a partir de ese momento Olfield se dedicó por entero a dar forma progresivamente a lo que en 1973 sería ‘Tubular Bells’.

‘Tubular Bells’, obra enteramente instrumental tiene una duración de 49 minutos y 16 segundos, presentada en dos partes, cada una de las cuales ocupa una cara del vinilo original. En el momento de su lanzamiento, aunque resultó ser un álbum con un sonido único en muchos sentidos, ‘Tubular Bells’ estaba estrechamente asociado con la escena del rock progresivo. De hecho, Oldfield tenía raíces en la Canterbury Scene por su relación con Kevin Ayers, sin perjuicio que en cualquier caso fue un disco pionero en muchos sentidos, llegando a ser considerado no tanto un álbum de rock progresivo, sino precursor de la New Age.

Oldfield tocó la mayoría de los instrumentos del álbum a excepción de la batería que se escucha en la cara dos, lo cual incluía alrededor de diez instrumentos, incluidas guitarras eléctricas y acústicas, piano de cola y órgano de tubos, timbales, silbato y, por supuesto, las famosas campanas tubulares. A principios de la década de 1970 la tecnología de estudio se había desarrollado hasta el punto de que era posible la grabación estéreo en máquinas de cinta con 16 pistas y esto amplió significativamente las posibilidades de estratificar el sonido.

Una serie de tubos de metal de longitud variable que cuando se golpean su sonido se asemeja al sonido de las campanas de la iglesia fue la seña de identidad más característica y revolucionaria de este trabajo. Comúnmente utilizadas en la música clásica, en el mundo del rock las campanas tubulares eran una herramienta relativamente desconocida y en parte debido al impacto causado por el trabajo de Oldfield, varios baterías de rock progresivo también agregaron campanas tubulares a su arsenal de percusión durante la década de 1970.

Otro aspecto novedoso de ‘Tubular Bells’ fue el uso guitarras eléctricas grabadas a la mitad de la velocidad y luego devueltas a la velocidad normal en la reproducción. Esto significaba que las notas producidas eran más altas que el rango normal de notas posibles en la guitarra. Esta técnica se utilizó para crear los efectos de mandolina que se escuchan en varias partes del álbum. Se utilizó una distorsión hecha a medida para crear las “guitarras de gaita” (llamadas así porque su sonido es similar al de la gaita) que se escuchan en la cara dos. Y al final de la cara dos se escucha una melodía familiar: el arreglo de “Sailor’s Hornpipe” que cierra el álbum.

‘Tubular Bells’ contra todo pronóstico logró un gran éxito comercial desde las primeras semanas de su puesta a la venta. Pero ese éxito se multiplicó exponencialmente cuando se utilizó la introducción de la primera parte en la película de 1973 de William Friedkin ‘El exorcista’, una de las películas de terror más taquilleras de la historia del cine. De hecho esta primera parte es la más conocida de ‘Tubular Bells’, particularmente los primeros tres minutos y medio de música, que presentan un motivo repetido en la tonalidad de La menor con un compás de 15/8.

Este compás era muy inusual en la música rock de la época y combinado con el sonido minimalista y austero del piano de cola, creó un efecto fascinante, inquietante y ligeramente surrealista. A través de una serie de modulaciones, este motivo se repite en varias fases a lo largo de la cara uno de ‘Tubular Bells’, terminando con ese mismo motivo tocado en una guitarra española en clave transpuesta de mi mayor.

En su lanzamiento, Mike Oldfield se mostró reacio a hacer una gira de presentación de ‘Tubular Bells’. Finalmente, accedió a un concierto único en el Queen Elizabeth Hall de Londres el 25 de junio de 1973 para el cual reunió un elenco de músicos estelares para el evento, incluidos Kevin Ayers, Fred Frith, Steve Hillage y Mick Taylor, entonces todavía con los Rolling Stones. El 30 de noviembre, para un especial de televisión, esta formación se reunió de nuevo para tocar el disco en directo.

Precediendo a “Bohemian Rhapsody” de Queen y a “I’m Not In Love” de 10cc, canciones que ahora se consideran las grandes obras maestras del sistema de grabación multipista, ‘Tubular Bells’ fue sin duda un álbum fundamental para la innovación en la música y en las técnicas de grabación de estudio en un momento en el que la apuesta en esa dirección era arriesgada y alta, pero exitosa, en cierta medida de manera muy parecida a como sucedió en ese mismo año con ‘The Dark Side Of The Moon’ de Pink Floyd. Una obra maestra, sin duda el álbum más grande de la carrera de Mike Olfield y que pertenece por derecho a lo más grande de la historia de la música popular contemporánea.

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