Objetos a los que acompaño

Molinillo de café Elma

La cosa, digo, va de transmitir calor. Antes de ser hijos de la electricidad y el algoritmo, los procesos no hacían trampas a las leyes básicas de la energía. Hoy basta apretar un botón para que sucedan las cosas

Uno se siente vivo y se cree algo. Se cree alguien. Pero debajo de ese yo compuesto de agua y habitado por millones de bacterias hay una intención superior a la de nuestros sueños: preservar el calor. Custodiar la vida. Somos pequeños fueguitos que debemos mantener la temperatura estos años en forma de cuerpo. Para eso necesitamos las calorías que recogen del Sol las plantas y los animales que comen plantas y luego nos zampamos. Somos un ciclo de agua y tierra que vive de la luz hasta nuestra supernova personal, que es breve (y también larga), como el leño que se hace brasa en la estufa. 

La cosa, digo, va de transmitir calor. Antes de ser hijos de la electricidad y el algoritmo, los procesos no hacían trampas a las leyes básicas de la energía. Hoy basta apretar un botón para que sucedan las cosas. Pero una magia oculta se nos escapa, la de ser parte de esa transmisión que hemos cedido a motores y robots. Por eso celebro la fricción analógica. Así recuerdo en cada músculo que la energía no se crea ni se destruye. Como en las mañanas que uso mi viejo molinillo de café Elma, una belleza en madera y hierro fundido fabricada en Mondragón cuando mis padres aún debían rondar su noviazgo. Los Elma fueron el gadget mecánico de las cocinas antes de ser desterrados por la eficiencia y rescatados con frivolidad para decorar casas rurales. El mío sigue moliendo café mejor que el molinillo eléctrico al que acudo los días de la prisa. Necesito tres minutos de pequeña meditación girando la manivela como un derviche, sujetando la cajita con firmeza. En el silencio mineral de la mañana, el mordisco circular del Elma, que libera el aroma de los granos tostados, es la promesa de algo mejor. Hay que conseguir buena cadencia para que el brazo no se tense y, mientras se vacía la tolva, el pensar se libera y el girar del molinillo, que gira con los vientos y los planetas, te reconcilia con todo. El día del colapso, si me queda café, giraré la manivela del Elma para recordar que fue hermoso estar vivo.

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