Obituario | "Chicho Boli", el hombre discreto

Chicho Boli. Por solo este nombre se le conocía en el Barrio, ese compuesto de los de A Carballeira Casablanca, Corredores, Feijoo, acaso, a lo largo de ese kilometro de la carretera de Celanova desde o Posío hasta la entrada en a Valenzá, allá por las antaño nombradas Carnicerías. Nadie podría imaginarse que su nombre de pila era Pegerto Eladio Pereira Nóvoa, y yo de trato menos frecuente del que quisiera, ignoraba que tras ese Chicho Boli había otro nombre. Transitó mi tocayo Chicho por todo el espectro del Barrio donde muy conocido en aquellas generaciones de los 50 cuando comenzaría de aprendiz en una de las muchas carpinterías del Barrio, la de los socios Avelino y Alvarado, Muebles Alpa, que se ubicaba en la trasera del entonces enhiesto edificio del Feijoo, adquiriendo la maestría en el oficio de la ebanistería hasta alcanzar la de maestro o enseñante en el centro de Formación Profesional del Inem en A Carballeira como no queriéndose desligar de sus lares de nacimiento. Desde su adolescencia ya era una institución en el fútbol en aquel equipo del Casablanca, y fue uno de los tantos que bregaron a pico y pala para excavar aquí y rellenar allá hasta formar un campo llano, que pintado a mano con cal por sus mismos hacedores. El Casablanca militaba como uno de los más celebrados clubes del fútbol modesto ciudadano donde Boli sentaba cátedra con los que luego jugarían en Primera División como Madriles y Luisín, entre otros, con Evaristo (Fanecas), Pepín y los Jogas, César, Colás (dichos también Mascarones)... El llamado pasamento del amigo me sorprendió cuando meses atrás lo hallé de lucidez pleno y físicamente de buena movilidad para sus no escasos años; encuentro, fortuito, por las cercanías de la Avda. de Portugal, recordando ambos que antes Carretera Nueva, cuando de tierra era, y escenario de unas carreras ciclistas por la fiestas del Corpus en las que se animaba a un invencible Delio como figura del ciclismo nacional, que ya lo era, con esa su estampa de neumáticos cruzados entre pecho y espalda para reparar algún pinchazo. Echamos un corto parlamento, porque su divisa era la brevedad y nunca caer pesado, con unos cuantos recordatorios de aquellos tiempos, y de cuando ejercía de maestro de oficios con tanta solvencia y capacidad de comunicar que recuerdo en un cursillo organizado por la entonces Caja de Ahorros, donde más de 50 alumnos fuimos capaces, con sus enseñanzas, de hacer o bancos de carpintería, o armarios, o mesas, y no sé cuántas cosas más; todo en dos días a la semana con unas horas por la tarde, por unos pocos meses. Un comunicador o enseñante como pocos haya conocido. Adolfo Rego me recuerda, desde su Ramallosa de residencia, varios pasajes de la vida de su vecino, que siempre se distinguió por su prudencia y saber estar, y en su vida en pareja con Celia Raña, que le dejaría, hace unos cuantos años, como viudo desconsolado aunque arropado por unos cuantos sobrinos y los hijos de éstos, que como nietos figuraban en la esquela. Chicho Boli sin ser una institución en el Barrio era popular y frecuentador en su día de aquellas juntanzas de amigos, muchas de ellas en torno a la Peluquería Carballo, que se convertía en una especie de cenáculo impulsado por Manolo, su propietario, que era un cúmulo de historias, decires, chistes y agudezas donde hasta mi padre, su cliente, aprovecharía alguna de sus historias para sus Márgenes. Con Boli se va un hombre, que por su personalidad, trascendió más allá de lo por él imaginado. Adolfo Rego, superviviente de aquella era, puede dar sobrada fe, cuando ambos recordamos a otro histórico del Barrio, su primo Alfonso Rego, casi centenario, de reciente tránsito.