Rutas Menores

Un recorrido por verdes tierras de gran señorío

Entre un mar de carballos y abedules emerge, ampliamente visible, la torre del castelo de Sande.
photo_camera Entre un mar de carballos y abedules emerge, ampliamente visible, la torre del castelo de Sande.
Entre los ríos Arnoia y Miño, afluente y principal, se halla por tierras de Cartelle un emblemático itinerario, la Fervenza do Gato, de borrosa señalización o escasa, por donde va a discurrir esta ruta, que alargamos completándola con el Castelo de Sande.

El itinerario, en el tramo final de un rio que por invernías pleno, se hace vistoso en la caída hacia el Arnoia en el lugar conocido por cascada o fervenza do Gato. Rio de corto curso pero de abundantes molinos donde el maíz cultivado, también en aterrazamientos, era la principal molienda y los edificios de estos ingenios hidráulicos sirvieron como posada y fonda de esos contrabandistas, que no estaban precisamente al lado de la raia. Ruta entre carballos, abedules, brezos, pinares y viñedos de estas tierras de Sande que formaron parte del señorío del mismo nombre y también de la jurisdicción de los abades de Celanova. Madoz en su Diccionario ya menciona el castillo. 

Cabe al campo de fútbol de Sande se puede iniciar el recorrido, que como todos los circulares, en ambos sentidos, aunque se prefiera comenzar éste a la izquierda del panel indicativo para no afrontar a la vuelta esos casi dos kilómetros de pendiente por pista un tanto monótona, aunque alfombrada por las hojas del carballo, principalmente. Así que para abajo por esta pista enlazamos con otro panel de la ruta donde debemos tomar a derecha porque de seguirla nos meteríamos en los molinos de Madarnás. Pronto lo que era pista se hace vía fluvial enlosada de modo natural y protegida por pasamanos, llamada de Mal Paso, por lo peligrosa por resbaladiza, cuando el sendero vallado de madera discurre y se aproxima al rio Gato que fluye a siniestra. A medio camino, del panel último a la cascada, se ofrece a derecha un senderillo de ladera, hacia un mirador a varios cientos de metros, de ida y vuelta. Hemos dejado atrás los molinos de Bande, Herdeiros y Ninfa, entre otros, que de refugio de contrabandistas y de cientos de historias de molienda. El sendero antes de precipitarse al Arnoia se hace de montaña, con trepadas nada desdeñables y descensos medidos hasta el contacto con la fervenza, después de la cual, vallado también, sube por la ladera hasta el mirador a partir del cual ya se avistan las casas de Parbón y Sande y su templo de origen románico, hoy barroco, con torre lateral.  Antes de llegar a las primeras casas los viñedos empiezan a proliferar por el entorno. Pasamos por el pazo de Outeiro, del XVIII; hacia el nordeste asoma la torre del homenaje de lo que castillo fue.

Hacia ella nos encaminamos atravesando la carretera Cartelle-Arnoia, visionado entre la espesura de los carballos, abedules y algún castaño la torre, caminado por vía estrecha y asfaltada hacia arriba en repecho antes del castillo sin murallas del que ahora emerge su torre; podemos subir hasta su base entre carballos y retamas.

El Castelo de Sande, del siglo XII, pero con referencia en el X cuando el poderoso conde Gutierre o Gotier Menéndez, padre de San Rosendo, se hace cargo de él. Alfonso VII, primo del primer rey portugués Afonso Henriques, lo dona al abad de Celanova que adquiere el título de marqués de Sande aparejado con el de señor de Vilanova. Disputa por su posesión con Paio de Araujo en el XIV. Incluso el ”noble” mata al abad. En el último tercio del XV, os Irmandiños derruyen la fortaleza en parte, aunque luego reedificada. La torre se conserva malamente en pie con promesas reiteradas de consolidación, ubicada en un roquedal que solamente permitía estrechas murallas que difíciles de imaginar por lo reducido de su base. Aun conserva las almenas, y la puerta de acceso por el este. Visible, está situada a 506 m. de altitud, y tiene 13 de altura desde su arranque.

Seguimos el camino circunvalando la torre, pasamos por Prado, aldea de escasa habitación, y de allí al lugar de coches distante como a tres mil pasos, luego de disfrutar no sin cierto esfuerzo y precaución por el resbaladizo sendero, cuando la humedad presente.

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