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Senderismo | Por los roquedales del Planalto de Laboreiro

Plano del recorrido de la ruta de senderismo por Leboreiro.
photo_camera Plano del recorrido de la ruta de senderismo por Leboreiro.
Dentro de los lindes del parque Nacional Peneda-Gerês se halla a Vila, como por allá los fronteros galaicos denominan a Castro Laboreiro, al que por limítrofe podemos considerar como prolongación nuestra o a la inversa. La más que aldea de tantos  mesones que más parecieren que casas, es celebrada por su paraje, su castro y castillo, una raza de perros y por hallarse a caballo de Melgaço y Entrimo, en el llamado Planalto de Laboreiro donde nacen dos ríos, el Trancoso o Troncoso y el Laboreiro  o de la Barcia, descritos en un ilustrado y científico libro inédito (aunque en su día circuló en redes sociales) obra del naturalista celanovés J. Benito Reza. 

CASTRO LABOREIRO - VEIGA - CASTELO

Mucha historia encierra el castro donde edificado un castillo que se erigió por imperativos de las luchas fronterizas cuando Portugal se hizo nación, independizándose del Reyno de León, allá por 1.136-38. Una ruta cargada de naturaleza, con esos batolitos, diaclasas, medos o grandes penedos, restos de su castillo con muralla y portón anacrónicos, y de fondo de paisaje los imponentes penedos de Anamâo en el frente oriental.

Hay tres accesos a Castro Laboreiro, desde Melgaço, Pontebarxas o Entrimo, el más recomendada para nosotros. Poco más de hora y ya te hallas en a vila do Castro por donde se desliza el rio Laboreiro o de la Barcia para luego precipitarse en rápidos; nace en las montañas nordeste del planalto y se muere en el Limia frente a Lindoso, después de ser frontero desde a Ameixoeira.

Emprendimos la marcha de casi docena de kilómetros en dirección norte, salvaguardados, por occidente por enormes roquedales que íbamos a hollar al retorno, cuando mansamente nos dirigimos por pista con cierto séquito ocasional de perros pastores de la raza del lugar, que mastines de menor tamaño parecen. Nos acercamos al parque de Veiga entre abedules en una pradería herbosa y amena donde unos cuantos obreros en faena de reconstrucción de edificio nos invitan al trabajo, no obstante la pinta de reformados (jubilados allá). Por amurada corredoira y encharcada, con poldras para el paso, accedimos Al lugar de Vido, cuando por la ventana se asomó una joven vecina que nos abordaría para informarnos sobre la ruta, que a nuestra demanda de si huevos a la venta de unas morenas gallinas por solo un gallo atendida, diríanos que no, pero sí que podría donarnos con alguno, como si peregrinos fuésemos de este vial que también a Santiago lleva. Viramos a izquierda remontando profundo camino en ascenso, y después girando a izquierda, un sendero nos fue ascendiendo por entre el roquedo a la vista de los imponentes penedíos a Coutada, todo un espectáculo impresionado por profesional fotógrafo que con nosotros venía. Seguimos un ramal de frente, apenas sendero del vacuno, porque el amplio llevaba por la falda del monte al mismo santuario de A Peneda. Por sendero, mas hecho por el caballar o vacuno, fuimos descendiendo hacia las nacientes del pequeño riachuelo de Veiga, en sus nacientes con una lagunilla donde empezaba a florecer un sauce lo que no extraño por los microclimas que a estas alturas de los 1.000 metros se dan. Bajando en la suavidad del cauce accedimos a bosquete de retamas, carballos, abedules, y conectamos con pista, desviándonos a derecha donde pocos parajes reconfortan más, metidos de lleno en ese silencio solo roto por el mugido de los bueyes que hostelero de allí nutre para sus cocinas. Sobrepasada la pradería entre la arboleda ribereña seguimos hasta donde la forestal fenece, cuando la emprendimos monte a atraviesa al roquedo que por oriente da a Castro Laboreiro a través de los caminos del caballar. Subimos a esa masa granítica, espléndido mirador de la villa, de los penedos de Anamâo, del planalto de Laboreiro, del de a Penagacha donde uno de nuestros acompañantes más sacos de café a lomo contrabandeó en infancia y adolescencia que portasen burros de carga.

Llegados a la villa, ascenso al castro, primero, castillo después, de Laboreiro que por un par de montuosos y pétreos andares nos dejaría a la vista de las gargantas del rio.

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