De urbanitas en Barcelona a la magia natural trivesa

Alicia Vázquez y Víctor Rascado son un matrimonio de 45 años, con dos niños, que al comienzo de la pandemia cambió la ajetreada vida de la ciudad de Barcelona por la tranquilidad del rural. Llevan casi un año viviendo en el pueblo de Santa María de Trives y creyendo haber tomado la mejor decisión. "Comparado con la ciudad, se gana mucho en calidad de vida", nos dice Alicia, recordando su vida en Barcelona y el estrés del día a día. La pandemia dio el impulso final a esta pareja para que hiciese las maletas y decidiese mudar la ciudad por el campo, a 1.000 kilómetros de distancia. En marzo de 2020, ante el miedo y la incertidumbre de lo que se avecinaba con el covid-19, no dudaron en que era el momento del cambio. "Cansados también de tanta contaminación, buscamos un sitio mucho más sano y con mayor libertad para criar a nuestros hijos", cuenta la mujer. Desde pequeños, tanto Alicia como Víctor tenían A Pobra de Trives como lugar de veraneo. Ella venía con su familia desde Madrid a la pequeña aldea de Pena Folenche y Víctor y sus padres cambiaban Barcelona por Santa María de Trives. Siempre mantuvieron un estrecho vínculo con Trives y sus gentes, y ahora, aumentaron el censo de un concello rural como el trivés, además de incrementar el número de alumnos del colegio con sus dos niños. Cambio de colegio Aritz y Arlete -de nueve y siete años, respectivamente-, comenzaron este curso en el colegio trivés, con el miedo al cambio por parte de sus padres. "Siempre piensas si se adaptarán o les costará, pero parece que la cosa va bien", dice su madre , quien puntualiza que, aunque conocían el gallego por sus abuelos, ellos venían del catalán. Pero esto no les está suponiendo ningún problema ni en los estudios ni para relacionarse. Igualmente, señala que los pequeños ya conocían a muchos de los que ahora son sus compañeros de participar en diversas actividades cada verano, como los campamentos que se organizan en el concello. "Es todo mucho más familiar, ellos están muy contentos porque son muy poquitos en clase", comenta Alicia. También menciona la suerte de que aquí el transporte escolar los recoge en la puerta de casa mientras que en la ciudad eran ellos los que tenían que organizarse para llevarlos y traerlos al colegio. Alicia asegura que para nada se arrepiente del paso que han dado, que han ganado con todo lo que les rodea, valora "poder salir a pasear por el campo, respirar, sentir paz. Estamos muy contentos, nos sentimos en casa", expresa, señalando su alrededor, y añade: "Ver este paisaje cada día es una maravilla". Entre risas dice que se toma con humor ese "puntito cotilla" de los pueblos, donde "parece que todo el mundo está al corriente de todo y pierdes intimidad, pero es cuestión de saber llevarlo". También destacó el lado amable y solidario de los vecinos, aunque le sigue sorprendiendo que le pregunten si se "adaptan bien a vivir aquí". Vivir en el rural significa cambios y a veces echar de menos determinados servicios como una atención sanitaria mejorada, más amplia y cercana, como la falta de Pediatría continuada y destaca la necesidad de luchar para que estos lugares no queden en el olvido, abandonados. Las tecnologías, la falta de internet o su poca calidad son, en muchas ocasiones, otro hándicap de la vida diaria en las parroquias rurales, ya que esto a veces complica poder desarrollar el teletrabajo o realizar cualquier otro trámite. Este es uno de los principales problemas con los que se encuentra en su día a día Víctor, que es el miembro de la unidad familiar que trabaja, combinando viajes con el teletrabajo.