rutas de val y montaña

Marcha entre arándanos y avellanas

Metros finales para alcanzar Pena Rubia. Al fondo los valles galaicos de Ancares.
photo_camera Metros finales para alcanzar Pena Rubia. Al fondo los valles galaicos de Ancares.
Los Ancares, esa reserva Natural en su vertiente sur presenta como terminación Pena Rubia, que sus más de 1.700 m. la hacen destacar en el horizonte desde donde se comprende el porqué de su nombre, ya que presenta un colorido más bien enrojecido. 

Hacia allá nos fuimos cuando intención de tomar la dirección contraria, un día también soleado, sin nube que perturbase su marcha aunque de mañana unas tenues nieblas que pronto se disiparían dejaban a las claras que habría que protegerse de los solares rayos, pero la protección sobrevendría casi casualmente, pues montada la montañera para hacer cumbre en los más altos picachos de la sierra, devendría en una más baja por entre paradisíaco bosque en su mitad de recorrido. Fue la ruta comestible por excelencia: avellanas, sobre todo, arándanos que en esta época ya casi octubrina aún permanecen debido a la humedad de estas laderas por encima de los 1.500 m. de altitud. 


Inicio en albergue de Ancares


Cuando más de dos horas y media pasando por Lugo, Becerreá (donde cogimos el pan), Degrada (donde tomamos un café servidos por dispuesta moza), ya disipándose la niebla que solamente permanecía a retazos.

Con tales perspectivas partimos del Albergue de Ancares, allí cercano, pista arriba con la intención de atacar Penedoes, Tres Bispos, Corno Maldito, Pico Lanza o el Mustallar, pero cuando avistamos pista en descenso y Peña Rubia a derecha, la tentación era fortísima, y más cuando uno del cuarteto nos contaba que avistada doncella que cual ninfa mostraba sus lindezas a cuerpo desnudo sumergido en las aguas. Esto unido al exuberante bosque que se vislumbraba en el desvío nos determinó a tomar esa dirección a sabiendas que no exenta de dureza.

Pasamos luego de falso llano entre brezos a la bajada por pista a la que daba acceso dos columnas a modo de finca de gran extensión. Un vehículo todo-terreno profanaba el santuario, se supone que a la procura de sus vacas mostrencas a pasto libre. No dejábamos de admirar en la bajada los bosques de acebos, los carballos, los fresnos, los abedules, los avellanos, las hayas, que a cada paso se hacían más densos hasta formar una impenetrable red lateral que el camino despejado.

Arribamos a construcción donde uno dijo haber mantenido de visu relación con la hermosa ninfa, mas parlamentaria, y con intención de más que eso en un futuro encuentro que no demoraría más allá de una semana… pero, oh fortuna, la fermosa joven había desaparecido. ¿Una visión, un fantasma, la imaginación desbordada…? Una realidad no cuajada, nos diría. 

La recogida y comida de avellanas moderaría nuestra marcha cuando el camino descendía, y ascendiendo, la provisión de arándanos serviría para cierta recuperación por aquella herbosa pista infinita al remate de la cual una suave bajada nos dejaba en hermosa campa. Entretenidos con tan rebusco de los allí más abundantes arándanos se hacía la marcha pausada, cuando ya salidos de la espesura de acebos, carballos y abedules aceleramos a la vista de Peña Rubia, en el frente suroccidental, distante como 2 kilómetros a la que se accedería, salvando una vez más, auténticos bosques de arándanos. Arribados a la cresta de no muchas dificultades y por sendero sembrados de carballos de escaso tamaño contemplamos entre los riscos los humos de la central térmica de Ponferrada, las Médulas y parte del ameno valle del frugífero Bierzo. Aún habíase de acometer el último esfuerzo.


Desde Pena Rubia a los profundos valles


Para coronar la cima de Pena Rubia unos cuantos pasos; ya acomodados nos pusimos en posición recostada para acometer el llenado de un estómago al que no sirvió ni el aperitivo de arándanos.

Media hora de relax y de expansionar la vista a oriente y occidente, a norte o a sur, que todas ellas espléndidas y de tanto goce que ganas darían de quedarse al menos una hora más, pero sin que el tiempo urgiese, porque aún las 16 horas no dadas, nos pusimos en marcha. 

Una vez comidos partimos en dirección oeste, dos de retorno por donde venidos y otros dos por los alomados derrames de la Pena Rubia que de tan despejados por rala vegetación se caminaba fácilmente, pero cuando aún ibas en descenso, una pareja de mastines nos saldrían al encuentro, pero al instante ahuyentados por uno del grupo con amagos de pedrada a lo que sensibles los canes, más que con la amenaza del palo. Cada vez más lejanos los ladridos continuamos por un empedrado sendero sin otro contratiempo que el de una binchoca que una bota muy ajustada causó al guía que le traía renqueante disimulado.

Una fuente en el casi llano ya en térrea pista a la vista a derecha de la aldea de Pando y al frente las de San Martiño y Cela, por el más duro recorrido y muy en lontananza la de Campo da Braña en Degrada y el albergue de Ancares, pero salvando no menos de dos profundos valles se aliviaría nuestra sed porque aunque de abundantes líquidos, de ellos daríamos cuenta como quien de mucha sed se halla, instada por el caminar a sol pleno que por el calor; la temperatura de tan llevadera que gratísimo no solo para el cuerpo sino también para el espíritu cuando por un tramillo de la estrecha carretera accedimos a Campo da Braña, sus dos hostales, y desde aquí ese kilómetro hasta el Albergue, completando la circular, que solamente señalizada en su primera mitad, aunque se pierdan las señales, pero el referente siempre en el horizonte.

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