de que se fala

Hiperpaternidad

Causas y consecuencias de la sobreprotección de padres y madres en el ámbito deportivo, familiar y educativo, en la infancia y en la adolescencia

Diariamente vivimos de forma repetida situaciones en el ámbito familiar, social, profesional, en la educación, en el deporte… donde vemos cierto exceso de sobreprotección de niños y jóvenes. Cada vez más se constata que los niños y niñas de hoy en día tienen menos libertad que sus padres con su misma edad, para salir de casa, ir de un lugar a otro, desplazarse, hacer actividades, salir con amigos/as… y además poseen muchos más recursos y facilidades, traducidos en tecnologías y materiales de estudio y de ocio: Smartphone, Tablet, ordenador, juegos, televisión, etc. 

Hace unos días, pude leer un artículo de prensa donde se hacía referencia a un estudio en el que los jóvenes con televisión u otra tecnología en su habitación, tienen un peor rendimiento académico y peores hábitos de estudio. Quizás esto también sirva para replantearnos que la primera parte de la educación comienza en casa, y no en el centro escolar.

Podemos hablar de que el exceso de sobreprotección es un error de la sociedad actual. La hiperpaternidad, síndrome de Wendy, o síndrome del Rey, es un elemento común en nuestro entorno. El objetivo de todo padre o madre es satisfacer las necesidades de sus hijos, y darle todo lo que no pudieron tener ellos. Esto también lleva, sin querer, a darle más de lo que realmente necesita para aprender y desarrollarse como persona, estudiante o deportista. 

Tenemos a los padres taxista, que los llevan de un lado para otro, a los mayordomos supervisores, que les ofrecen todos los servicios de comida, ropa y comodidades, a los que actúan como un radar, controlando en todo momento lo que hacen y lo que no, siempre con el fin de hacerles la vida más fácil. Muchas veces no les exigen o hacen cumplir obligaciones que debieran hacer poniendo como excusa  que “no quieren hacerlo”, “lo hacen mal” o “pobrecito que es muy pequeño”.


Consecuencias


Pero, ¿a qué precio? Las posibles consecuencias de actuar de esta forma son variadas: una baja autoestima, algunos miedos, ansiedad y frustración cuando no son capaces de conseguir las cosas por ellos mismos, personas muy dependientes para todo, incapacidad para buscar soluciones a problemas cotidianos, incluso conlleva a que un niño/a o adolescente sea vago o esté desmotivado para todo.

No debemos verlo todo de una forma tan negativa, pero si ser conscientes y realistas de esta circunstancia, y actuar y favorecer para que sea de una forma equilibrada y proporcional, ni el todo, ni la nada, ni irse a los extremos. Se puede ser un padre o madre protector, pero no de forma excesiva. Lo importante es educar niños capaces de sobreponerse a la adversidad. No educar para que sean perfectos, obedientes y sumisos, si no responsables, autónomos, independientes y respetuosos, poco a poco con la madurez personal o psicológica necesaria acorde a su edad y su etapa. La diferencia entre un niño de 8 a 10 años o de 9 a 15, no sólo es la edad cronológica, si no madurativa. Debemos permitirnos el lujo de que aprendan a equivocarse pues es parte de la vida, y del aprendizaje significativo.


Aprender a perder


Por otro lado, y al mismo tiempo, educar niños y niñas emocionalmente sanos, también surge de la necesidad de que aprendan a ganar y aprendan a perder. La gestión del éxito y del fracaso es clave en el desarrollo personal. Hay que dejarles que aprendan a perder, a saber lo que se siente, y a transformarlo en un reto o una oportunidad, no en un simple problema. A esto no hay que quitarle toda la importancia, si no otorgarle la justa y necesaria. Forma parte del proceso, de la educación, del deporte, y de la vida. La actitud con la que se enfrenta uno al éxito y al fracaso, a ganar o a perder, a conseguir los objetivos o no, es esencial. Una actitud de recrearse en la excusa, en la queja y en echarle la culpa a los demás de los errores o de los fracasos, no ayuda a avanzar, ni a ser consciente, ni a corregir los errores para la mejora. 

Para ello podemos tomar en cuenta las siguientes estrategias: 

Dejarle perder pero ayudarle a reinterpretar la derrota o el fracaso.

Ayudarle a cambiar el lenguaje basado en la excusa, evitando y cambiando el “y si”, “pero”, o “es que…”

Ayudarle a gestionar los enfados, ira o rabia cuando esto ocurra, no enfatizarlos o sobredimensionarlos.

Enseñarle la importancia del proceso y no del resultado: a todos nos gusta ganar, pero la verdadera competición está con uno mismo, no con los demás. 

Reforzar su actitud cuando se comporte como un buen perdedor también ayuda reforzar ese comportamiento para que se repita más veces y al mismo tiempo favorecerá que sea más humilde

La realidad es que, en el deporte y en la vida, unas veces se gana y otras veces se pierde. 

Hugo Fernández. Experto en Psicología del Deporte y en Coaching Deportivo

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