Las tres victorias iniciales, la inercia de la temporada pasada o la confianza plena en quienes dirigen el proyecto y el equipo. Quizá un viento de cola precipitado y un exceso de cariño en el elogio. Imposible descifrar los motivos, pero lo cierto es que el COB se diluyó sin previo aviso.
Una derrota comprensible en cualquier cancha de una liga tan pareja, pero una forma de hacerlo inaceptable fuese quien fuese el rival. En la LEB Oro no hay coartada cuando se pierde sin competir. Aquí las sorpresas siempre son relativas y la igualdad va por defecto.
Tan injusto sería comparar a este equipo con el de la temporada pasada como lógico es exigirle que se esfuerce tanto como aquel por crecer durante la liga. Sin pensar en repetir el mismo resultado, pero sin descartarse voluntariamente para lograrlo.
El pecado del COB en Alicante no fue la derrota. Ni siquiera la diferencia en el marcador. Lo que no puede repetirse es la forma en la que dejó de competir. En la incapacidad para responder cuando el rival se esforzaba más y jugaba mejor.
El Pazo tiene callo de aplaudir derrotas intachables. Años de experiencia para saber recriminar a tiempo al equipo incluso cuando va ganando. El COB ha recuperado la ilusión por el baloncesto en Ourense a base de temporadas impecables y eso no tiene nada que ver con el número de partidos que se ganen. Mañana no aplaudirá por ganar al Valladolid. Lo hará por competir al máximo.
