DIARIO DE UNA CUARENTENA

Escobillas voladoras

El mundo de las coincidencias me persigue. Hoy pasé por delante de la ITV de Ourense y hace dos días os hablé de mi coche rojo. Estos dos pensamientos se han unido para dar a luz la columna de hoy.

Os voy a poner en antecedentes, por si alguno -me extrañaría- no leyó mi columna del domingo. Mi primer coche fue un Opel Corsa Rojo 1.0 de 4 velocidades y matrícula granadina. Se lo compré a un tío de Móstoles, que lo vendía en la revista "Segunda mano". Quedamos delante de la puerta de un Alcampo y menos mal que me acompañó mi hermano Luis, que es abogado desde que tenía 12 años.

Como podéis leer, parece el inicio de una peli de Torrente, sólo falta "el Cuco". Como el coche no era muy nuevo, había que pasar la ITV. No sé si a vosotros os ocurría lo mismo, pero el día que tocaba llevarlo me sentía como Falete yendo a Naturhouse. Sabía que, por una cosa u otra, me iban a hacer volver de nuevo.

Mi primera vez (¡ay mi primera vez!) me suspendieron todas las pruebas que hice. Los frenos, no frenaban; el CO o como se llame, contaminaba más que Chernobyl; una de las luces estaba fundida y la otra, ni siquiera estaba. Lo mejor de todo fue cuando me dijeron que activase los limpias y las "gomillas" salieron volando acompañadas por la cabeza del técnico que iba siguiendo la trayectoria, para terminar mirando el papel y… apuntándolo.

El problema siempre era el mismo, suspendía la revisión y tres días más tarde me tenía que ir de vacaciones. Encontré un taller que, después de matar a todos mis familiares, aceptó arreglarme todo en un día. Bueno, todo menos los limpias, que se los pedí a mi amiga Juncal, porque tenía un coche como el mío, pero en bueno.

Después de dejar el coche y volver a mi casa (metro y dos autobuses), me dice mi madre que han llamado del taller. ¡Qué rápidos!, pensé. Devolví la llamada y amablemente me recomendaron que, si tenía prisa, no tenía sentido cerrar el coche y llevarme la llave…

Una vez superada la ITV, cumplí mi promesa de devolverle las escobillas a Juncal. ¿Y qué hice con las antiguas? Se las volví a poner, hasta que, en el viaje de vuelta y después de 80 kilómetros diluviando, tuve que parar en una gasolinera… Pero esa es historia para otra columna, si os interesa, ¡claro!

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