Diario de una Cuarentena

Flanín

García de Vitoria habla con Alvarado durante el último entrenamiento cobista (ÓSCAR PINAL).

Hace dos días salí de casa por primera vez desde el pasado viernes. Una vez más, impregnado por el valor de la cocina de madera, decidí embarcarme en una aventura sin igual. Me vestí con ropa de batalla, de color negro cual ninja de película de Jackie Chang, me enfundé unos guantes, de un lamentable color azul que rompía con mi dress code, me monté en el coche y me dirigí al supermercado. Debo reconocer que una mezcla de pavor y emoción me invadía y me sentí como el Cid en su vuelta del destierro. 

Al entrar en el parking vi a una persona desinfectando el coche con un paño y un frus fris (definición de spray para mi madre), lo que hizo que mis descontroladas abdominales se apretaran como si el abdominator estuviera a su máxima velocidad. Si a eso se le suma que había una cola de 3 personas separadas por un metro y medio y que una de ellas llevaba una mascarilla que debe servir hasta para hacer pesca submarina, el valor para tan alta empresa empezaba a ser cuestionado por mi subconsciente.

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Una vez dentro cogí un carro, introduje una moneda 1 euros agarrada con 2 dedos y, con el temor de que la ranura me arrancara el brazo como en Alien 8, comencé a recorrer los pasillos en busca de los alimentos que necesitaba para poder subsistir. Todo ello con la clásica lista en la mano, el temblor producido por el pánico no me dejaba leer bien y dónde ponía "bolsa grande de comida para gatos" leí para "patos" y ahora tengo un saco de 20 kilos en el garaje que no sé que hacer con él… Mi compra terminó cuando a una dependienta le pregunté si tenían Flanín y su mirada me atravesó como la espada de Luke a su padre Darth Vader. 

En esta aventura llegué a la conclusión de que el supermercado se había transformado en la T4 del aeropuerto de Madrid en primavera, donde tan fácil ves a un señor en chancletas y bañador como a una señora con botas de agua y abrigo de plumas. Allí había gente con mascarilla y guantes y otros que iban en manga corta y manos desnudas.

Por cierto, una vez abonada la compra, di un sonoro aplauso a todos los trabajadores que nos permiten poder seguir cubriendo nuestras necesidades básicas… sin Flanin, claro.

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