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Un día de pesca

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Hay veraneantes a los que el sol, la playa, y las terrazas ya no les llenan. Necesitan algo más de acción, sin necesidad de apuntarse a safari y ser devorados por un león. Llega un punto en la vida de todo hombre en el que decide practicar una actividad en la que nunca había reparado antes: pescar. Lo dice el refrán: “si superas los cuarenta, no hay verano sin pesca”. Cito de memoria.

DE RÍO

La pesca de río consiste en pasarte el día con ropa de camuflaje, mimetizado con el entorno, en silencio, con altísimas botas negras, y esperando a que un gran pez muerda el anzuelo. Debes hacerlo día tras día, unas ocho horas por jornada, y siempre en el mismo sitio. Al cabo de 45 años picará, pelearás, será de gran tamaño, y se escapará en último momento. Entonces tendrás una historia que contar, y una buena excusa para pasarte los veranos con el agua por las rodillas, en silencio, pensando en aquel pez, y sin hacer nada de nada. Por razones evidentes, la mayor parte de los pescadores de río terminan enloqueciendo, deprimidos, y dándose al agua mineral con gas. El vino lo habrán agotado antes los pescadores de mar.

DE BARCO

La pesca desde una embarcación es sencilla y fructífera. Pero si dispones de un barco, lo estúpido es ponerse a molestar a los peces pudiendo estar tumbado al sol, disfrutando de una cerveza fría.

DE ROCA

Lo que más se asocia al fenómeno del veraneante pescador es la roca. La pesca desde las rocas es quizá la actividad ilegal veraniega más divertida, después de la de hacer fuego de campamento sobre la cubierta de un petrolero. Imagino que algún organismo reparte licencias de pesca, pero eso lo convierte en un acto legal, casi profesional, y por tanto, enemigo del veraneante. Es algo así como sacarse el Título de Lanzador de Frisbees de Playa. Además, tener licencia no te garantiza que piquen más peces, ya que la gran mayoría de ellos no te exigen el carnet de pesca antes de morder el anzuelo.

A QUÉ HORA PESCAR

Los peces tienen un sensor de infrarrojos en la parte posterior de la aleta que detecta la hora a la que se ha levantado el pescador. Si te has levantado más tarde de las cinco de la mañana, pasan de largo. No hay pesca sin sacrificio. Y a menudo tampoco hay pesca con sacrificio.

Los peces hacen dos comidas: a las siete de la mañana y a la hora de tu siesta. Hay un reducido grupo de peces que también come de noche, cuando la oscuridad es total. El problema es que se alimentan de brazo de pescador.

Sabiendo todo esto, pesca cuando te dé la gana. Sólo faltaría que ahora que tu jefe no te obliga a madrugar, lo hagan otros besugos.

EN SOLITARIO

El gran enemigo del pescador es el ruido. Aunque te parezca que el mar hace ruido, es un ajetreo que los peces consideran familiar. Tu música, tus charlas, o incluso el ruido de esa bolsa de patatas fritas, será interpretado en el mundo submarino como una señal de alerta.

Pescar en solitario ocasiona problemas a los peces, mientras que pescar en grupo ocasiona problemas a los pescadores. La única razón para hacerlo en grupo es para lograr que alguien saque al bicho del anzuelo si consigues pescar algo, y para que ponga la carnada en el anzuelo mientras tú te dedicas a mojarla y perderla en el mar. Clavar cebo vivo en un anzuelo es como atravesar una serpiente viva con un paraguas muerto. Lo suficientemente horrible como para que, si has de hacerlo tú, cambies de hobby.

LA CARNADA

Los chinos se han ido metiendo en el negocio del cebo vivo para veraneantes. Donde antaño vendían gusanitos de mar –reciben tantos nombres como localidades costeras hay en Galicia-, ahora los chinos venden unos gusanos grandes y más económicos. Estos gusanos chinos añaden una dificultad extra a la tarea de pescar: con frecuencia terminan comiéndose a los peces antes de que puedan siquiera acercarse al anzuelo.

Truco: si pescas solo y lo de enhebrar gusanos te parece asqueroso –lo es-, siempre puedes pescar con el azuelo vacío. No creo que eso cambie mucho las cosas. Con este método pesqué yo mi pieza más grande: el remo de un piragüista.

EL CESTO

Entre los preparativos preferidos de los varones que pescan se encuentra la preparación de los aparejos, la compra de cebo, y la cuidadosa colocación del material en el cesto, que ha de dejarse olvidado en las rocas al terminar. Parte de la diversión de pescar consiste en bajar los acantilados de madrugada, con una linterna y un vecino, en busca del cesto, en cuyo interior te habrás dejado el móvil. El cesto ya no estará, pero habrás pasado un buen rato pasando mucho miedo. Utiliza entonces la función “localizar mi teléfono” si te apetece descubrir un inmenso punto de venta de marihuana para hippies costeros.

Otra función del cesto es guardar recambios, aunque nadie en su sano juicio se pone al borde del mar a reparar un sedal cuando todo se rompe. Y siempre se rompe todo por la sencilla razón de que, por mucho que tires con fuerza, nunca lograrás sacar a la superficie la roca desde la que estás pescando.

HOMBRE AL AGUA

Cabe la opción de caerse al mar. Es una de experiencia placentera, sobre todo en días de mucho calor. Pero debes saber que el objetivo de pescar es extraer cosas del mar y no tirarlas.

COMÉRSELOS

Nunca saques del mar algo que no vayas a comerte. Pescar algo y volver a tirarlo al mar es de pésimo gusto. Un pez asume que lo pesques o no, pero salvando los casos en los que la ley te obliga, jamás entenderá que lo devuelvas al mar después de hacerle un agujero, sin que ni siquiera le hayas puesto un piercing para disimular la ofensa.

SI TE PESCAS

Ocurre con frecuencia en el lanzamiento que el pescador se pesque a sí mismo. En tal caso, recoge rápidamente el carrete, y procura devolverte pronto a la tierra. Sin embargo, si te pescas por algún sitio doloroso, como un dedo, un ojo, o la nariz, no tires. Eso solo empeorará las cosas. Trasládate tal cuál estás al centro de salud más próximo. Al llegar, no es necesario que expliques nada. En cuanto te vean entrar pálido, vestido de Coronel Tapiocca, y con una caña en alto, ya saben perfectamente lo que pasa. Hay cientos de idiotas así cada verano.

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