Blog | Usos y costumbres del verano

El silencio

El silencio es la ausencia de ruido. Más aún, la ausencia de cualquier sonido. El silencio absoluto es exagerado y da miedo. El silencio que hoy nos ocupa es el que se produce en el campo, a la hora de la siesta, lejos de carreteras, aglomeraciones, y cotorras en general.

Un error frecuente es pedir silencio donde no se puede obtener. Hay padres que se empeñan en que sus hijos guarden silencio siempre: en la playa, en el bar, en casa, en la iglesia, en la tienda. Es un error. Los niños no deben guardar silencio nunca. Eso deberían hacerlo los padres más a menudo. La parrafada que rompe la paz veraniega siempre es la de un adulto. Somos los adultos los que deberíamos estar callados hasta septiembre. Un niño nunca va a recordarte que tienes cuentas pendientes con Hacienda. Un niño nunca va a abroncarte por comportarte como él, es decir, por dejar la toalla de playa colgada de la lámpara. Un niño jamás va a acercarse lentamente a tu coche, bajar la cabeza, y con gesto chulesco decirte “¡los papeles!”.

ROMPER EL SILENCIO

Es un error comúnmente extendido pensar que se debe romper el silencio en caso de emergencia. Muy pocas ocasiones justifican que un adulto abra la boca, la ponga en forma de túnel ferroviario, y comience a chillar. Tanto en la playa como en el campo, como en el jardín o junto a un río, la única razón para comportarse así es que el peligro aceche a alguien que está adormilado y distraído sea de grave a muy grave.

La mayor parte de la gente aúlla a volumen brutal cuando una abeja se aproxima a menos de un kilómetro de su toalla. Por un lado, las abejas son sordas. Quiero decir que eso no las impresionará. Y por otro, el peligro que representa una avispa en el campo, si tenemos en cuenta que su población mundial se está reduciendo drásticamente, es bastante relativo. Además, gracias a ellas vivimos, por la cosa esa del polen y no sé qué.

La ruptura del silencio sólo está justificada en casa de inminente mordisco de tiburón, siempre y cuando el tipo que vaya a ser mordido no se haya percatado antes del peligro que corre. De lo contrario estará reincidiendo en algo que ya sabe, con el único objeto de desatar el pánico en él y en todos los presentes, con excepción del tiburón, que es un animal con muy baja autoestima, que se viene arriba cuando percibe que está causando miedo y aprovecha para morder más y mejor.

El hecho de que sólo el tiburón justifique el aullido de emergencia, dota a los ríos, a los montes, a los bares, y a las iglesias, de una extraordinaria oportunidad para disfrutar del silencio en verano. Si por alguna extraña razón ves a un tiburón a punto de atacar a alguien en lo alto de una montaña, antes de comenzar a pegar gritos, mira bien la etiqueta de eso que has estado bebiendo en la última media hora y revisa cuidadosamente el contenido de ese cigarrillo.

SILENCIO OBLIGADO

El silencio es una buena recomendación para todos, en cualquier momento, y en cualquier lugar. Sin embargo, hay ocasiones en los que se vuelve imprescindible. Durante el verano está prohibido romper el silencio antes de las once de la mañana. Los que veraneamos todo el año, sufrimos durante todo el invierno la maldita manía de los alcaldes de levantar constantemente el suelo de las ciudad y volver a taparlo. En los últimos años, está obsesión por la búsqueda del santo grial se ha trasladado también a los pueblos, que reservan además las fechas de julio y agosto para cortar el tráfico y poner en marcha esos embriagadores martillos hidráulicos. Que estás en cama al alba, y empiezan a sonar con su torpedeo persistente, y te preguntas qué efecto tendría si pudieras aplicarlo directamente sobre la cabeza del alcalde.

Con frecuencia en estas calurosas fechas abandonamos nuestro hogar y nos dirigimos a chalets en la costa, a casas de campo, o a lugares ajardinados donde nuestros vecinos ya no son compañeros de escalera, sino que ocupan las parcelas de alrededor. Este vecindario puede llegar a ser más crispante que el de invierno, que es especialista en querer cambiar el pasamanos de la escalera en el momento en el que estás más endeudado.

Algunos de estos vecinos estivales también están de vacaciones y han cambiado sus elegantes despachos por un atuendo pseudomilitar. Ahora atraviesan el jardín con la mirada desencajada y armados con una motosierra, llevándose por delante todo aquello que encuentran. No te importaría demasiado si lo hicieran a horas normales. Al fin y al cabo es su casa, es su motosierra y son sus malditas vacaciones. Pero sabes que no. Sabes que lo hacen a las ocho de la mañana rompiendo el silencio que tan bien sienta, e impidiéndote el gran placer de despertarte sin más ayuda que el gorjeo de gráciles jilgueros.

El amanecer y la hora de la siesta son las dos grandes franjas de silencio obligado. En realidad, puedes abrir fuego contra todo aquel que viole la tranquilidad en esos momentos. Si no te ampara la justicia, al menos, sabrás que te ampara la conciencia. Por otra parte, puedo pasarte el número de teléfono de mi abogado.

SILENCIO PROHIBIDO

El silencio, en cambio, está mal visto al anochecer. El verano no se ha hecho para acostarse temprano. La gente que se acuesta temprano en esta época del año es la misma que luego despierta podando bajo tu ventana a las siete de la mañana. Ese característico ruido hueco de las tijeras de podar setos. ¡Chat! ¡chat! ¡chat! ¡chat! Así que al caer la noche, no tengas ningún reparo en invitar a todos tus amigos al jardín, sacar cientos de copas, y poner la música a todo volumen hasta que la luna termine de surcar el cielo. Si vistes a todos tus invitados de amarillo fosforito te será más fácil encontrarlos por el jardín a media mañana, justo antes de que pase el jardinero con el cortacésped. Es una lata cuando se atasca un invitado en las cuchillas.

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