Cartas al director

Una abrileña efemérides

n n n “Con las primeras hojas de los chopos, y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano” (Antonio Machado).

Pocos hechos históricos han arrojado tanta tinta y documentales como la II República Española, su advenimiento y su trágico final que segó tantas vidas en una guerra. No me corresponde a mí valorarlos, si oficio no poseo en el campo de la historiografía académica. Soy un republicano irredento por convicción democrática. No acepto el que se privilegie a un ciudadano por razón de linaje. El hecho dinástico per se no le hace acreedor de poder sobre los demás ciudadanos. Valores de igualdad, libertad, fraternidad y laicidad asimilados de maestros republicanos represaliados en el interior, de testimonios que escuché de exiliados en México que lucharon en defensa de la II República. Todo ello me hizo recordar a Albert Camus: “Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener la razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa”.

Para mí, Antonio Machado es el personaje más entrañable de aquella España que quiso ser, y no pudo, bandera del progreso en una nación sumida en una crisis moral, política y social, tras la pérdida de colonias (1898), y la humillante derrota en la última aventura militar de Alfonso XIII en el norte de África (1921). Surgió toda una pléyade de escritores, a quienes se bautizó como la Generación del 98, en la que se ubica a Machado. Tras ellos, sucedería otra nueva generación más comprometida y militante con el ideal republicano constitucionalizado (1931), cual fue la Generación del 27. Hablar de ésta, es decir Lorca, Alberti, M. Hernández, León Felipe, Ramón J. Sender y otros más que no han superado generaciones literarias posteriores. De aquellas dos generaciones, algunos pagaron su obra con la muerte y otros con el exilio.

A pesar de esos magníficos escritores que alumbró la República, mi debilidad lectora sigue siendo Antonio Machado. Hoy transcribo, parcialmente, un artículo suyo, fechado un 14 de abril de 1937, que llevaba por título “Recuerdos de un 14 de abril”. Es un testimonio desgarrador de “cómo aquel sueño de unos hombres nada revolucionarios, llenos de respeto, mesura y tolerancia, ni atropellaron ni desertaron de ninguno de sus deberes, se vio truncado por la traición de viles políticos, y unos militares rebeldes que volvieron contra el pueblo todas las armas que el pueblo había puesto en sus manos para defender a la nación, como no tenían brazos voluntarios para empuñarlas, los compraron al hambre africano, pagaron con oro, que tampoco era suyo, todo un ejército de mercenarios, y como esto no era todavía suficiente bastante para triunfar ante un pueblo casi inerme, pero heroico y abnegado, abrieron nuestros puertas y nuestras fronteras a los anhelos imperialistas de dos grandes potencias europeas…” Terminaba con un acto de fe en el triunfo de la República. Murió de pena en el exilio…“ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”. Hoy, más que ayer… ¡Salud y República!