Cartas al director

De aquella América de colores a la España en blanco y negro

“La infancia es un privilegio de la vejez. No sé por qué la recuerdo con más claridad que nunca” (Mario Benedetti, escritor uruguayo)

Reconozco que mi memoria comienza a dar síntomas de agotamiento. Pueda que nunca la haya ejercitado con el esfuerzo necesario en la época franquista. Consideraba inútil memorizar fechas y nombres, y no hechos que enmascaraban realidades. Me sentía más cómodo caminando por la senda krausista de los pedagogos discípulos de la Institución Libre de Enseñanza, demonizada por el nacionalcatolicismo imperante. Sigo confundiendo fechas y nombres. Nunca he pretendido alcanzar cota alguna en la disciplina historiográfica. Trato de reflexionar.

En estos días de sofocante estío he recibido casi a diario la visita de mi hermana Eugenia. De cuatro hermanos, solamente sobrevivimos los dos, los más mayores. Visita que tanto agradezco, por cuanto hemos compartido días de vino y rosas en la singladura familiar. Y no cabe duda, que nuestros días de rosas tuvieron como escenario aquella infancia en el país centroamericano de Honduras. Y confieso que me dejan perplejo las manifestaciones de su retentiva. Comenta hechos y personas con meridiana claridad, que yo ya ni recordaba. Charlamos sobre nuestra educación primaria en aquellas escuelas laicas del Estado. Residíamos en el pueblo de La Lima, la llamada capital del oro verde, por el ingente cultivo del plátano, explotado exclusivamente por la United Fruit Company. Ella cursaba estudios en la escuela femenina Tiburcio Carías Andino, yo, en el masculino Manuel Bonilla. Comenta que en su escuela se impartían las Ciencias Naturales en aquel hermoso jardín que rodeaba al recinto. El krausismo negado en España, había salvado el gran charco atlántico.

Yo le tenía más apego al juego que al estudio reglado. Juegos que alimentaba de fantasías tras visionar tantas películas, que se proyectaban en un cine que regentaba tío Abelardo. La imaginación era un bien necesario. La turgente naturaleza invitaba a ello. Tierra rica de gente pobre, y generosa como agradecida. De ello dio fe aquel pueblo cuando con riesgo de su vida, salvó de las llamas a aquel patrimonio forjado con tanto sudor por nuestros padres. Pagaron con creces la mano tendida que recibieron de nuestros progenitores en los momentos críticos de la huelga general de 1.954.  Fuimos amenazados de expulsión por aquellos hechos. Regía una dictadura militar, y mandaba en plaza un comandante de triste memora. El agradecimiento popular alcanzó su cénit cuando cerraron viviendas y locales para despedirnos en el aeropuerto de nuestro regreso a España. Jamás Eugenia y yo olvidamos aquellos hechos.

Nombres y hechos que ella recita, sacudiendo mi endémica memoria. Ello me alivia, y me hace sentir que poseo una vejez privilegiada. Recuerdos de aquella infancia llena de colores, que chocaron con aquella España en blanco y negro, que me asustaron al pisar lares patrios.