Cartas al director

OBITUARIO: ¡Vivo! (Homenaje a un cura rural)

Higinio Fernández Novoa nació en 1924 en la parroquia de Betán-Baños de Molgas, en el seno de una familia profundamente religiosa,  cuando todavía se estudiaba con candiles y el frío se paliaba con brasas de leña. Acaba de fallecer cuando estaba a punto de cumplir 96 años todavía maravillado por esta España que prosperó y le permitió pasar de la caballería a su Simca 1000 marrón chocolate o de la radio galena al radiocasette. Hoy, si su demencia suave se lo hubiese permitido, se reiría asombrado con la sabiduría del Señor Google como se reía a carcajadas cuando contemplaba fotos en una tablet. Era tan mayor que ya estaba en el Seminario de Ourense durante la Guerra Civil (recordaba aún con emoción el aplauso que estalló en su aula el día que les contaron el final de la guerra).  Dotado de un gran sentido del humor (su agenda plagada de chistes y anécdotas era la envidia de sus compañeros de sacerdocio) y de una bondad infinita (cazaba las moscas y las “invitaba” a abandonar la estancia depositándolas suavemente en la ventana). Era literalmente incapaz de matar una mosca. Estoy convencido  de  que si alguna vez hizo daño a algo o a alguien fue inconscientemente o por no saber hacerlo mejor. 

Sacerdote preconciliar, aceptó el Concilio Vaticano II con gran lealtad y convicción hasta el punto de dejar sin resistencia alguna la sotana y adoptar la ropa de calle, aunque para alguien acostumbrado a la ropa eclesiástica supuso seguir vistiendo de cura aun sin saberlo (los curas sin ropa talar se siguen reconociendo fácilmente…)  Cantaba como los ángeles con su voz dulce y sus coetáneos decían de él que era muy brillante académicamente. El pasillo de casa que conducía a su dormitorio está empapelado literalmente con sus matrículas de honor. Por ello fue enviado a la Universidad de Comillas donde estudió Derecho, con licenciatura y tesina y donde se ordenó sacerdote en 1947. A su vuelta de Comillas ocurrió el gran misterio que marcó su vida: ¿por qué un sacerdote tan brillante académicamente fue destinado a una parroquia rural? Nunca contestaba a esa pregunta cuando se le preguntaba. El rumor susurraba que la soberbia había sido el único pecado capital que consumó. Decía Santo Tomás de Aquino que la soberbia  es “el apetito desordenado de la propia excelencia de uno mismo”. Pues bien, nos contaron que al volver de Comillas escuchó un comentario que ponían en boca de monseñor Blanco Nájera (entonces obispo de Ourense): “ahí viene Higinio de Comillas a gobernar la Diócesis”. Ello provocó en mi tío un arrebato de soberbia que le hizo pedir a su obispo que le diese la parroquia de la Diócesis que nadie quisiera. ¿Verdad o no? Nunca lo sabremos. El caso en que fue inmensamente feliz en las diferentes parroquias a las que dedicó su labor pastoral, especialmente en Vilamaior do Val, Tintores-Vilela y en el Santuario de su queridísima Virgen de los Remedios. 

Estos últimos años convivía con su demencia suave y extraña que no le impedía frases geniales como cuando señalando su cabeza nos decía que “aquí dentro no hay nada y para algunas cosas es una ventaja“ o la de todas las Nochebuenas: “Si pilla esta cena San José camino de Egipto...”. Ya no salía de casa y dedicaba el día a las sopas de letras, los autodefinidos, el parchís y al rezo del rosario (que nunca se le olvidó). Cuando alguien le visitaba y le caía esta pregunta: ¿Cómo está, Don Higinio? Él siempre respondía: ¡¡Vivo!!.

Pues sí, vivo permanecerás siempre en nuestra memoria y en nuestros corazones, tío Higinio.