Parece ser que el Reglamento del Hemiciclo permite soltar las lindezas que hagan falta para llamar la atención aunque estas sean auténticas pedradas al buen gusto y a la mínima dosis de educación que se les debe exigir a quienes han sido elegidos para representar al electorado y que solo se representan a sí mismos a través de una sarta de insultos y de descalificaciones impropias e inaceptables.
Después de varios años de una degradación dialéctica que está rebasando todos los límites empiezan a surgir voces desde dentro que reclaman cambios en dicho Reglamento porque, según las mismas, lo que está ocurriendo es debido a una normativa muy permisiva, lo que no deja de ser una manera de tratar de explicar lo inexplicable y de buscar excusas pueriles.
Ante esta esperpéntica situación uno se pregunta que por qué ahora algunos se echan las manos a la cabeza y quieren encontrar la solución en los cambios a una normativa que llevaba funcionando sin problemas desde que se instauró la Democracia, unos cambios que no servirían de mucho si no cambian las actitudes y los comportamientos inadecuados y groseros de algunos que seguirán saltándose cualquier norma mientras no haya sanciones efectivas que lo impidan.