Cartas al director

Una vergüenza social

Ayer vi a una viejecita que estaba pidiendo limosna en la esquina de dos calles abarrotadas de gente, y la multitud pasaba por su lado indiferente y ajena a la petición de socorro de una persona que, por lo que pude comprobar más tarde, llevaba varios días sin comer y durmiendo en la calle. 

Pasé por su lado, me acerqué para socorrerla y antes de seguir mi camino observé cómo una lágrima se deslizaba por su mejilla mientras salía de su boca un “gracias hijo mío, que Dios se lo pague”, una reacción que me dejó muy tocado y avergonzado por lo que significa de abandono y de injusticia en la sociedad de bienestar en la que estamos instalados. 

Los servicios sociales de nuestras comunidades deben amparar a los verdaderamente necesitados y no sirve de excusa que algunos no se dejen ayudar, porque cada caso es diferente y deberían abordarlos uno a uno, de forma que no haya ni una sola persona durmiendo en la calle y sin tener nada que echarse a la boca. 

Sé que este discurso puede sonar a demagogia, pero es una realidad social con la que nos topamos a diario pensando que no es nuestro problema. Y sí que lo es. Mientras siga ocurriendo bastaría con que nos pusiéramos en el lugar del otro y que no miráramos para otro lado, para que esta “vergüenza” social se solucione definitivamente.