Cartas al director

El sabor de la aldea

En esas largas tardes de mayo, cuando el sol se va despidiendo de las copas más altas de esos árboles que adornan la ladera de este monte, me siento en ese hermoso banco que adorna mi balcón, estando siempre acompañado de mi gato "Rabudo", escucho con mucha atención el canto de un mirlo que, en el "cumio" del tejado de una casa que tengo enfrente, me deleita con su armoniosa sinfonía. Y yo, queriendo corresponderle, me bajo al camino y, encima de un muro que cierra mi huerta, lo obsequio con unas migas de pan que deposito encima del citado muro. Tardó varios días en agradecerme el obsequio, hasta que un un día cuando daba por terminada su actuación, se acercó al muro y empezó a degustar aquello que yo le había dejado a su disposición.

No tendría interés esto que estoy relatando si no fuera porque a partir de ese día, cuando terminaba su concierto, se bajaba al muro a disfrutar de la recompensa de éste, su admirador. Así fue nuestra amistad mientras los días del verano lo han permitido.

Todo esto que acabo de relatar forma parte de ese sabor que la naturaleza te ofrece, cuando el silencio y la tranquilidad te dejan pensar.