Cartas al director

El tojo

Sentados en el pequeño muro del atrio a la sombra de unos árboles que en un principio eran de jardín, ahora desbocados y a su aire, estábamos esperando la llegada del ataúd en el atrio de la iglesia unos pocos vecinos y familiares, mientras las campanas anunciaban tal óbito.

A mi lado, dos mujeriñas se contaban sus confidencias que, yo disimuladamente –antenas FM colocadas en tal dirección-, daba a entender que no las escuchaba ni las oía. Para nada. Hablaban de una tercera a la que llamaba “tojo”, símil del carácter de una persona, entre otras muchas más cosas. Por las veces que era citada con tal nombre, me hizo gracia. Así quedé enterado de que a pesar de tal mote, debía de ser una persona muy cabal, parca de palabrería, pero acertada en sus opiniones. Y tenía ganas de saber quién era, pues familiar era y en la comitiva venía. Comentaban que  hoy mismo había dicho, -o le habían oído decir- que las campanas al dar tal triste noticia parecían que campaneaban de alegría, pues el difunto había sufrido desesperados dolores en los últimos meses. Y al escucharlas en vivo ahora, algo de razón parecía tener. Que cuando hablaba del aseo o limpieza de una casa la comparaba con el dueño de tal taberna, que verdad era que desde su inauguración no había gastado escoba alguna. O si se refería a fulano, hijo de otro tabernero, decía que tenía horario de oficinista; abriendo tarde y cerrando a horas. Su padre se levantaba con el día y cerraba a medianoche. ni la cuarta parte de clientes conservaba. Así le iba. Que todos los grandes comerciantes e industriales que en la villa había, ninguno era oriundo, todos que aquí destacaron y aún destacan eran todos de fuera.

Con sonrisa santurrona beatifica vi a la personilla que llamaban tojo, que venía en el cortejo fúnebre, pero con propiedad, como alguien que acaba de sortear un gran escollo, y, y uniéndome a la comitiva tras las dos mujeriñas asistí a su saludo oyéndola decir estas piadosas palabras; la paciencia es una planta amarga, pero sus frutos son muy dulces.

Y la gravé en mi álbum muy particular que acababa de iniciar de las buenas personas, -de las pocas buenas personas que aún quedaban en mi pueblo-, una viuda ejemplar.