Cartas al director

La mentira es mi divisa

La discusión que seguíamos callados que llevaban unos exaltados mayorcitos sobre el Real y el Barça nos la resumió mi amigo y vecino, el más viejo de la parroquia, diciéndoles con enfado, cuando le pidieron su opinión, que cuando existen opiniones muy diferentes, la mejor vía hacía la verdad es el libre comercio de ideas. Y tan pancho.

Estaba enfadado y se veía bien a las claras en esa su cara de tonto que no daba desaparecido de su rostro y algún exabrupto; reacción de carácter genético.

Tenía motivo -algo surrealista-: en tiempos de la peseta, la Guardia Civil le sancionó por mal aparcado su Re-

nault-5 en una calle de Santiago, cuando precisamente estaba en reparación en un taller de Ourense. De nada sirvió enviarle un certificado del taller, factura incluida. Tuvo que apoquinar, no quedaba otro remedio. Lo más simpático era que en el boletín de denuncia la última letra de la matrícula venía como medio borrada.

Pero ayer mismo, cuando venía con su hijo -el “Cordobés” que le dicen aquí en Galicia y el “Gallego” que le dicen allá en Córdoba donde reside, que también tiene su aquel- del Hospital de consulta, al bajar mismo del coche, delante de su piso del pueblo, un agente de Tráfico le pidió el carnet diciéndole que no llevaba puesto el cinturón de seguridad correctamente, vamos, que venía sin abrochárselo, y sin más, carné en mano sin darle siquiera tiempo a decir esta boca es mía, el agente subió al auto y se marchó.

Ayer le llegó la sanción, y el hombre y su hijo echaban chispas, pues mira que no han recibido reproches sus hijos cuando nada más subir al coche les pide siempre un poco de paciencia para abrochar con calma el dichoso cinturón, que a veces se las trae. A otro cualquiera, podría ser, pero a él, que si alguna norma cumplía a rajatabla era esa; una tomadura de pelo. Hizo descargo llamándole mentiroso a dicho agente de la autoridad, sabiendo de antemano que de nada valdrían las razones y testimonios de su hijo y su nuera. Y no era por los cien euros de sanción, era porque el honor es mi divisa.

Tan cabreado está que nos dice que, con esta sanción, él ha quedado como el tonto en el sermón: los pies fríos y la cabeza caliente, amén de los 100 euros, que también esa es otra.