Cartas al director

Miradas

Ayer, recién levantado camino de la ducha, di con mis huesos en el pasillo en donde me quedé tratando de buscar una lógica explicación. Mi gato, que me oyó caer, se me quedó mirando largo rato y en esa postura pude ver en sus limpios ojazos mi mismo estupor, extrañeza o confusión en que estaba sumido, pues cuando no se pueden decir las cosas, las miradas se cargan de palabras.

Más tarde, acordándome de ello, repasé mentalmente unas tres miradas que han quedado muy gravadas en mi memoria; la ausente y lejana de mi padre, cuando andando de paseo a la hora de la merienda se comía un bocadillo de plátano mientras recordaba las marchas en la Guerra Civil y era esa su bocata, incluso parecía que su andar cogía aires militares.

La de aquel día de la patrona en la mesa a la hora de comer cordero. Le habían regalado un corderito al que le pusimos el nombre de Paquita que desde enero a agosto lo criamos con toda clase de mimos. A la hora de comer aún le dábamos algún que otro pedazo de pan o lechuga, incluso los nietos dejaban caer alguna que otra vez un caramelo para que él lo recogiese con gusto. Recuerdo que estaba sentado enfrente a mi padre, que presidía la mesa, y fue dándole el primer bocado cuando nuestras miradas se cruzaron, pedazo de cordero paladeándolo; nuestros ojos dijeron a gritos lo que nuestras bocas callaron.

Fue el primero y el último  bocado de cordero que he comido en aquella fiesta, y muy a mi pesar.

Un día mi mujer salió con sus amigas a ver el recién comercio de Área Central en Santiago. Allí, entre otras compras, visitaron a una vidente quien repetidas veces le dijo que iba a recibir una herencia. En aquel tiempo mi primo de Cuba llevaba ya un tiempo sin escribirme, lo que me dio, entre dimes y diretes políticos del momento, a barruntar un cambio de gobierno y que él quizás recuperase sus propiedades o acaso, siendo como era anti castrista, fuese nombrado ministro o alguien importante y se acordase de nosotros. Era lo único a lo más que llegué a soñar como algo aceptable o creíble.

 A los dos meses escasos , sentado en la sala una señora amiga de mi madre nos vino a ofrecer toda su herencia a cambio de cuidarla. La repentina mirada que nos cruzamos mi mujer y yo, acordándonos de la pitonisa,  es de las que sirven para comprender en breves momentos una larga explicación.

Como dice mi amigo, el más viejo de la parroquia, a vinos de mal parecer, cerrar los ojos al beber y ¿a quién vas tú a creer, a mí o a tus propios ojos?