Cartas al director

Música y fútbol

n n n Hace ya muchos años que un hijo mío, músico de bombardino y, por más señas creador de la Charanga Mecánica, le imploró a su madre que le comprara una casete de Antonio Molina, ya que a él le daba corte y sonrojo tener que pedir tal clase de música a una jovencita dependienta.

Viene esto a cuento, de que la semana pasada tuve que asistir, fuertemente coaccionado por la pandilla o hinchada de la S.D., a una laconada que tal equipo de fútbol quería brindar a todos sus seguidores y conseguir, al mismo tiempo algo de dinero para las más acuciantes necesidades económicas que está sufriendo.

La comida, hecha por un experto cocinero de catering, fue sublime o deliciosa, tanto los grelos, patatas, chorizos y lacón, como las filloas, orejas y su chupito.

Pero la traca o matraca corrió a cargo de un conocido dúo, que nos machacó los oídos –tímpanos incluidos- de los allí asistentes, no solo por el altísimo volumen de sus interpretaciones en una carpa cerrada, sino también por la variedad de sus canciones, que hacía que la comunicación quedase interrumpida durante una buena media hora antes de su comienzo, que nos hacía comunicarnos por señas.

Luego, menos ma, que comenzando a comer dejaron de molestarnos, lo que quedó palpablemente demostrado que en unos inicios nos comunicásemos casi a gritos, más que nada por el efecto acción-reacción.

La discusión, inevitable en este u otros eventos, surgió por la interpretación de “Dylaila” de Tom Jones en un macarrónico inglés. Después de ser debatido ampliamente los gustos musicales de cada uno, al final, pese al encono demostrado por los contertulios, solamente se quedaron dos como admiradores del cancionero moderno o actual, canciones que suelen cantarse en todos los estadios, decía uno. Los otros seis restantes acabamos pidiendo a cantantes de siempre, folclóricas incluidas, con algún que otro pasodoble, ruego que venimos haciendo al servicio de megafonía del campo municipal.   

Eché de menos, y me causó extrañeza, que no interpretasen el “Bela Chiao”.

Ni que decir tiene, que al final, al abrirse un tiempo de baile, echamos mano apresurada del paraguas y abrigo camino de casita, pero aún hoy en día, cuando me acompaña mi amigo y vecino, el más viejo de la parroquia, o bien mi hijo, en algún que otro viaje por carretera, la casete de Antonio Molina nos acompaña alegremente.