Cartas al director

Recuerdos que olores

Desde hace unos días he vuelto a recuperar una parte muy bonita de mi infancia que tenía completamente olvidada, -pero seguía grabada en el álbum de mi mente acompañada de nítidas fotografías y encantador aroma que me hacen volver y recordar-, y que ahora me parece como una parte de sueño. Y, después de tanto tiempo, me doy cuenta de cuan larga fue mi infancia en comparación con tan pocos recuerdos que tengo y guardo. Aunque los que perviven sean muy buenos y muy gratificantes.

De un chinero de castaño olvidado, lleno de cachivaches propios que allí se suelen exponer –en su parte alta- en toda cocina de aldea que se precie, ya hace tiempo que al abrir un cajón en donde entre otras cosas figuraban, tazas y platillos a mansalva, una cubertería de alpaca, papeles, cartas, recibos de luz, recordatorios de primera comunión (entre ellos figuraba el mío, del año 1958) y de defunción de vecinos que nunca he conocido; estaban envueltas en su papel original tres pastillas de jabón. Más de cincuenta años durmiendo olvidadas que cada vez que acudía a aquella casa heredada olía a mansalva dicho perfume. Y un buen día, antes de que se estropeasen, acordé traerlas al piso.

La primera pastilla lleva ya dos meses y medio ofreciéndome su aroma tan penetrante como solían serlo en sus buenos tiempos dicha marca. Yo que me lavo las manos varias veces al día, por andar de un lado para otro maquinando aquí y allá, incluso en la huerta, suelo lavarme la cara y las manos con esa pastilla ya una vez duchado para llenarme de ese delicioso olor que me trae recuerdos maravillosos y me transporta a otro tiempo.

Comparada con otras marcas de ahora mismo, ya llevamos gastadas dos estándar o estándares –como gusten y prefieran- mucho más grandes, lo que indica la calidad, superioridad y excelencia de las cosas bien hechas de antaño. Antes era costumbre enviar o llevar unas pastillas junto a un decimo de lotería a los familiares en América.

Aún me quedan dos sin estrenar, pero el día en que me falten seguro que mis recuerdos perderán un peldaño en que se están apoyando mis recuerdos infantiles. A buen seguro que sí, pues dicho aroma me retrotrae a aquellos maravillosos e inocentes años.

Aún, luego más tarde, ya en plena juventud, solíamos todos los chicos de la aldea ir recién lavados de cabeza, cara y manos a las fiestas parroquiales con aquel jabón que nos marcó toda una época dorada.

Como dice mi amigo y vecino, el más viejo de la parroquia; añorar el pasado es correr tras el viento, pero con ese olor el pasado se hace presente, ya que quien va y vuelve con algo se queda, además, ahora cuando la infancia ya se ha ido, se va muriendo todo.