Cartas al director

Terraza

n n n Sentado ayer en terraza, -que tanto echaba de menos- me dejé llevar apelando a la comodidad  geográfica fantástica y, dejando de enarcar las cejas como los idiotas, que es una forma de expresar las opiniones me sumergí en las conversaciones que me llegaban de todos los lados.  Algunos con la mordaza puesta, como Sultán, se esforzaban en que los comprendieran a gritos que es forma de ladrar y herramienta de expresión muy juvenil en boga.

Ya iba con el tercer vino de la tarde-noche y aquello se prestaba a ser gozado, pues más de una vez, a punto estuve de sacar aplausos y ovaciones, preguntaba, la señora aquella por teléfono que ella le solía dar el Amiro por las mañanas, nada más llegar, para que luego no tuviera que pensar si se lo había dado o no; que, si no se acordaba, que se lo volviera a dar, que tampoco eran tan importante. Que ella llegaría a eso de las ocho y luego ya hablarían; que no, que no, que ella no le dejaba ir sola de paseo, pues luego no le contaban las horas de ayuda a domicilio; que si algo pasaba que le llamara a la hora que fuera, si mujer por lo de su hermana, que ella cogería un taxi de noche y se presentaría… que ella hacía calceta en la cocina  por la mañana dejándola sola con la tv a toda pastilla en la sala, ni caso, ¡oye!… que ella al ganchillo…

El otro, que su perro tenía la manía de comer las nueces del nogal cuando iba la huerta de la aldea y que algún día hizo una auténtica escabechina en el piso  al coger la bolsa de encima de la mesa, siendo digno de ver la maestría para morder la cáscara y comer lo de dentro. Que menuda memoria debía de tener, sentenció la amiga, cerveza en mano…

Que no. Y que no. Decía el otro parasol; que no fue él, que fue ella quien le cogió en la cama con otro. Que parece mentira que ella no supiera la falso que era. Y que ya no era ni la primera ni la segunda vez… (cambié la frecuencia a  otro parasol).

Decía el otro, que menuda semana había pasado con tanto trajín de ir de un lado a otro haciendo los recados de su mujer. Que había mañanas en que daba parado… que si ahora esto, que si ahora aprovechando que estaba en casa sin hacer nada podría hacer esto o lo otro, ir allí, ver lo que había y mirar los precios. Que cuando llegaba a casa lo primero que hacía era mirar en donde estaba la botella y arriarse un buen trago... Que la vida matrimonial no era lo que el cura le había dicho…Que si ahora mirara y vigilara a ese hijo o esta hija y que les hablara… En fin… que podía no molestar tanto… que si esto o lo otro ahora era el momento…

En fin, mientras me levantaba, pensé viendo a todas aquellas ruinas que seguíamos siendo y que allí quedaban después del desastre que nos tocó este covid-19.  Ya lo dice mi amigo el vecino más viejo: hay que andar con cuidado y que no se entere nadie de que tú lo pasas bien, pues hay gente que es capaz de cualquier cosa, sobre todo cuando te ve sonreír.