Cartas al director

Terraceando

Mirando este soleado domingo lo que pasa en mi entorno -terraza de furancho, para que no se diga que a este mi pueblo de Negreira le falta algo, que es el hilo por donde se puede sacar el ovillo- uno que está saboreando su cerveza bajo un toldo, después de esperar a que se vaciara una mesa, ya en compañía de la pandilla, ve como desde un coche de la Guardia Civil se llama al dueño y le dicen que no puede tener gente dentro del local, separada como está, mesa si, mesa no. Y naturalmente procede a vaciar su interior, cuando hay gente paseando por la calle que espera para entrar.

A pesar de haberle dicho que el jueves, viernes, sábado y hoy domingo -son las trece horas- lo ha tenido así, por habérselo comunicado Hostelería y salir en el BOE correspondiente la disposición de tal aforo. Un señor, que casualmente es restaurador, dándole a la cabeza significativamente le muestra al mesonero la orden reflejada en el móvil. La rabia del propietario es manifiesta renegando por lo bajo ante tal cambio de actitud; anteayer, sí, ayer sí, y hoy ya no… que no hay quien los entienda…

Nos venimos para el centro del pueblo y, la misma pareja de civiles en ronda urbana que tal parece, vuelve a decirle a otro tabernero que no puede tener gente dentro del local. Este le enseña por móvil lo que dice y establece el BOE y se niega a desalojar el local y que, si quieren, que entren metro en mano a medir las distancias. Y La pareja se va, no sin antes decirle que es la orden que acaban de recibir, pero que no lo van a denunciar. La pandilla se queda un tanto anonadada, turulata o turuleta, como mejor procedan, y a punto está uno de llamar al del furancho para decirle lo que aquí en pleno centro de la Villa está ocurriendo.

Ante tal desbarajuste no resulta raro que ayer mismo, lunes, sentado en otro bar contemplo entretenido como de mesa en mesa se pasan los móviles viendo los últimos chistes de nuestros mandamases políticos. Vaya por delante que de sondeos no tengo idea en qué tecla hay que apoyar el dedo, pero toda la mayoría presente, la absoluta, habla de los vaivenes de Sánchez y Cía diciendo Digo, Diego y Reniego. Llega un momento que es tan clamoroso el jolgorio reinante, que ya no aguanto más y levantándome les digo a voz en grito que si por favor pueden respetar, tan siquiera un poco, la ideología de un socialista que allí se siente como huérfano desamparado.

La trifulca es clamorosa y de marcar época. Ni en los mejores momentos de gloria de un Barça-Madrid.

Lo que más lástima me dio, y lo siento de veras, pues me sentó como un chorro de agua fría, fue echar mano a mi cartera y no poder encontrar mi carné de militancia derechista o derechona. Créanme. Nunca tan solo y mancillado me he sentido y tan en falta la he echado.