Cartas al director

El desafio de dar un techo

Las políticas que se llevan a cabo en inclusión social buscando hacer la pobreza lo menos molesta posible favorecen la invisibilidad y arrinconan los problemas de ésta en los barrios más marginales.

Creo que en pleno siglo XXI cuando doctrinas de todo topo que en siglos anteriores nos hubieran parecido utópicas, han cuajado ya definitivamente, la tan manoseada caridad es una virtud que está de más. 

Me refiero claro a ese tipo de caridad materialista que practica el rico con el pobre que consiste en repartir las migajas del banquete tal vez con la cínica intención de tranquilizar su conciencia. En este contexto es denunciable la sospecha a la que el pobre está sometido y por extensión a todos los que acuden a los servicios sociales, condenados a ser tratados como vulgares parásitos que intentan aprovecharse del sistema.

A la necesidad de erradicar los actuales estereotipos que pesan sobre quienes padecen exclusión social, se opone la realidad de algunos políticos locales en los que se une la habitual soberbia del cargo con una falta de conexión con la sociedad a la que se deben.

 Quiénes son estos políticos y sus comportamientos asociados, lo sabemos. De modo incomprensible, los presupuestos se dedican a cuestiones suntuarias, dejando lo básico sin realizar. El aumento de las entidades privadas de asistencia social, va dando cuenta de un proceso de privatización que nos alerta de que la ayuda social ha pasado de ser un derecho a convertirse en la caridad de una organización privada: que niega respuestas a otras necesidades que no sean el aspecto meramente asistencial. La sociedad calla y otorga.