Cartas al director

La frase que nunca se oirá

El pasado en la mente y el presente al relente de los acontecimientos recientes. Felices son los sueños de los niños pues en su sabiduría incipiente no hay asomo de culpa, simplemente son inocentes. Los viejos somos la razón para quien quiera escucharla; pasada por el cedazo de la experimentación que ha dejado marcado nuestros cuerpos de llagas y promesas. La convicción de la verdad siempre ha sido aplastada por el poder; pues la primera es altiva y la segunda da de comer. 

Pero, ¿es preferible subsistir con el mendrugo que te dan o rebelarse para insistir que merecemos dignidad? Los disidentes de la política acaban mal. El republicano Mitt Romney será pasto de leones en ese circo romano de Trump y sus millones. Cuando la democracia de un país pionero en libertades es avasallada por la injusticia política, no nos queda más remedio que reaprender los rezos para encomendarnos a Dios; y eso aunque seamos de puro ateo. 

No sé por que será, quizás porque ya soy viejo, pero hoy los únicos políticos que me convencen son aquellos que ya están realmente fuera de la marquesina política. Entiendo perfectamente que hablar desde el otro lado es fácil, solo hay que tener la dignidad como traje; pero no es menos cierto que los políticos prometen la luna cuando no pueden ni alcanzar ese reflejo blanco en un estanque. 

El verdadero poder conseguido conlleva una responsabilidad que nunca un político ha asumido, pues les falta la humildad de aceptar que en su ansia de gobernar se han sobrestimado.  Nunca oiremos esta frase en boca de un político:  “Os prometimos el mundo e intentaremos no romperlo”.