Cartas al director

Sobre la violencia callejera

Una discusión perpetua, desde la prehistoria de la civilización, es el recurso a la violencia para promocionar la gobernabilidad, el progreso y la justicia social. En las sociedades avanzadas liberales se descarta la violencia física. Pero hay otros tipos de violencia. 

Hoy en día, el estado social de bienestar sufre una auténtica crisis de identidad, una de cuyas fuentes, aunque no la única, es la económica que atraviesa el capitalismo como sistema. La crisis económica, plasmada en uno de sus aspectos en los recortes de gasto público de educación, sanidad y bienestar social, al objeto de frenar el crecimiento del déficit público, dificulta la tarea que al Estado se le supone de fomentarlos. Pero junto a ese fenómeno que puede ser constatado mediante el análisis de los presupuestos de las distintas naciones, así como a través del estudio de la controversia entre el neoliberalismo y el neoestatalismo, hay que constatar otro fenómeno de más difícil calibraje. El estado y las fuerzas sociales generan crecientes necesidades sociales, ficticias o reales, que en su actual configuración no está en condiciones de satisfacer.

El Estado ha de estar preparado para dar satisfacción a esas demandas. La represión sólo no es el camino. La sociedad ha de saber utilizar los medios legítimos, adecuados para conseguir el bienestar integral. El hijo del obrero, universitario destacado, acaba atrapado en una pesadilla de desempleo y precariedad junto con la necesidad de creer en su valía dentro del mercado. Al no recibir una posición en el mundo, solo queda mirarse en el espejo de una sociedad que valora el individualismo, como se valora una inversión, y desprecia toda institución. Así, la necesidad de estabilidad y progreso entierra las exigencias de las instituciones para el bienestar, que pierden de ese modo su capacidad de satisfacer unas necesidades de progreso, de justicia social y protección colectivas.