Cartas al director

Según la constitución española

Constitución española de 1978: España es un Estado social y democrático de derecho, cuya soberanía nacional reside en el pueblo español. No se puede poner en duda lo que así está escrito. Ahora bien, que la soberanía nacional reside en el pueblo español es pura estrategia, calculada, para imponer el “autoritarismo, al amparo de la democracia”. Hay que recordar que el pueblo español es soberano solo para votar partidos, pero no vota alianzas pos-electorales para mandar. Gobernar con lealtad y generosidad no va en el ADN de los políticos. 

El pueblo español, en convocatoria electoral, no vota ministros, no vota fiscales generales, no vota consejeros de Estado, no vota presidentes de diputación, no vota cargos públicos de doble función retribuidos por el erario, no vota asesores políticos, no vota directores generales, no vota delegados de gobierno, no vota cargos de confianza, no vota enchufados, no vota (…), etc. Es evidente que la soberanía del pueblo es un espejismo cautivador. Algunos políticos, desde la oposición, se llenaban la boca de libertad de expresión para decir que había que regenerar la democracia. Era/es una de las muchas formas de tratar con desprecio, y sin respeto, la inteligencia humana. Tras llegar al poder, pasan la soberanía del pueblo por el arco de sus caprichos. No recuerdan de dónde vienen, se desmarcan del pueblo, se olvidan de cumplir con honestidad sus deberes y obligaciones y, nunca reconocen sus graves errores (vicios). ¡Señorías! El Estado español no son ustedes. 

Dejen de pervertir las instituciones con tanto descaro, y no despilfarren los caudales públicos . Lo que hay que regenerar y simplificar, para no ultrajar los derechos sociales, es la burocracia, la política y la forma de aplicarlas. La democracia, (que no da derecho a embaucar, maltratar, abusar, insultar etc.) hay que regularla, humanizarla y, sobre todo, practicarla. Unos ordenamientos dotados de buenos principios podrían reducirse, en gran medida, muchos vicios y corruptelas de la política. El progresismo y el bienestar social son dos argumentos ilusorios del cinismo político. 

El progreso de la clase obrera es un sendero de pobreza y “maltrato”, diseñado por la indecencia política. La “suciedad política” y las sisas bancarias progresan a una velocidad de escándalo. Los colectivos obreros están siendo “guiados hacia la esclavitud” y, para más indignación, los dirigentes sindicales (sobornos y subvenciones aparte) conviven con los cuerpos de mando, a bordo de la misma nave.

 El dinero es un mal abundante; la política de reparto es una pandemia humana.