Cartas al director

La letra pequeña, con sangre entra

n n n Hoy en día para muchos de nosotros firmar un contrato con una gran compañía suministradora (agua, gas, electricidad, telefonía) se convierte en un acto de fe. El primer problema con las contrataciones aviene cuando surge algún contratiempo; en el caso de las aseguradoras es muy común.

Entonces eres informado de que las cláusulas acordadas en la letra pequeña no cubren aquello que suponía que debían cubrir con lo que es más que probable un gasto posterior. También se da la situación inversa (muy común en telefonía), en la que se produce el cobro de servicios no solicitados de los que uno tiene noticias al ver el sablazo en la cuenta corriente. Hasta aquí el primer problema pero a continuación comienza la segunda fase, la de las palabras prohibidas: la reclamación, y dar de baja, por supuesto vía telefónica, en la que una máquina con mucha paciencia y tiempo (qué es precisamente de lo que nosotros no disponemos) comienza a mantener una conversación binaria (sí/no no/só) y otra conversación deletreada, y esta situación se mantiene unos largos minutos hasta que la llamada se corta y volvemos a empezar entrando sin querer en un bucle.

Entonces es cuando piensas ¿dónde están las personas? porque cuando yo bajo a tomar un café debajo de casa a Juan, el camarero, no le deletreo ni silabizo lo que quiero un des-ca-feinado pe-que-ño tem-pla-do con sa-ca-rina . Y es cuando me estremezco al pensar si este tipo de comunicación se diese en ferreterías o farmacias y digo yo, ¿no resultaría más práctico volver a las clásicas tiendas físicas con personal humano con el que comunicarse?