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El psiquiatra Alexandre García Caballero (Vigo, 1972), especialista en el Complexo Hospitalario Universitario de Ourense (CHUO), guiará la sesión formativa de hoy de la Academia Médico-Quirúrgica. Bajo el título “La salud mental, más allá de los diagnósticos”, abordará la necesidad de poner etiquetas al malestar o el ideal vital de la felicidad. La cita es a las 20,00 horas, en la sede del Colegio Médico.
¿El diagnóstico tradicional funciona en Psiquiatría?
En Medicina, para reducir la ambigüedad que el síntoma presenta en el paciente, el médico explora signos objetivos a través de la exploración física, y pide pruebas complementarias. Es una estrategia clásica, el síntoma se convierte en síndrome y se llega a un diagnóstico. En Psiquiatría este modelo sirve en determinados casos, pero no en todos.
¿Qué alternativas existen?
Existe un modelo psicológico, de continuo, que no valora si estás enfermo o sano, sino si estás más o menos en un rasgo determinado. Por ejemplo, se puede aplicar a las características de personalidad: si eres más o menos tímido, sociable o empático. El modelo no busca exactamente una cura porque no hay nada que curar, hay una manera de ser, y el objetivo es adaptar mejor al individuo, corregir, guiar, para que ese tipo de rasgos no lo haga sufrir tanto. También existe un modelo biográfico, de historias de vida, ya que las personas muchas veces sufren por las cosas que les han ocurrido a lo largo de su historia, y por cómo narran su peripecia vital. El objetivo del tratamiento es otro, revisar los roles y ser capaz de criticarlo, corregirlo, narrar la biografía de otra forma.
¿Deberían desaparecer las etiquetas?
Necesitamos trabajar con ellas en el sentido de que los procedimientos, la administración, las bajas médicas, funcionan con ellas. Pero la cuestión es si detrás del 30% de la población que toma psicofármacos hay una enfermedad, o si tratamos un malestar producido por condiciones sociales, por un modo de vida que tiene efectos secundarios graves.
¿Cuál es ese modelo de vida?
El paradigma actual dice que lo que tenemos que perseguir en la vida es la felicidad, mientras que en la generación de nuestros padres el ideal no era ese, era ser bueno, honrado y trabajador, eso era para lo que te criaban. A partir de los 90, si le preguntas a un grupo de padres qué quieren para sus hijos te dirán “que sea feliz”. Pero ser feliz más allá de momentos aislados es cuasi imposible.
Las redes sociales juegan un papel clave.
Cualquier vida comparada con Instagram o con los medios de comunicación es una vida defectuosa. Ese ideal de felicidad produce efectos secundarios: hay toda una fantasía de perfección. Los papás quieren que los niños toquen el violín, saquen dieces, y no hay plan b. Los que no se adaptan al modelo sufren, y los que se adaptan también, tarde o temprano la fantasía se rompe.
¿Era mejor el ideal del pasado?
El modelo hegemónico de roles, el previo, tenía otra letra pequeña grave. Era un modelo machista, donde las mujeres sufrían calladamente, cuidaban de todo el mundo, y los hombres estaban educados para trabajar, nadie hacía deporte, fumaban, comían y bebían. Pero sí había cosas positivas, el ideal de vida era supraindividual, lo que más importaba era la identidad familiar, no la individual.
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