Cartas al director

Agresiones a la lengua española

La frivolidad informativa y la falta de autoridad para exigir respeto a la dignidad y belleza de nuestra lengua común está causando daños sensibles al patrimonio cultural español y a la convivencia y el respeto mutuo entre las distintas regiones.

En el espacio “Laboratorio del lenguaje” de la Revista Médica de este mes de febrero acabo de leer un artículo, que me parece admirable del firmante José I. de Arana, donde analiza con maestría vocablos de nuestra lengua española, la diferencia entre fama y popularidad, prez y baldón, que como él dice: parecen salidos de libros de caballería. Se podrían añadir otros como honor, lealtad, pudor, etc. que tienen un significado tan preciso como definitorio de la categoría moral de las personas, y forman parte de nuestro tesoro patrimonial.

Un tesoro vulnerable, por la ignorancia de gentes con bajo nivel cultural y moral que ostentan cargos públicos y utilizan el lenguaje como arma destructora de valores permanentes, sin responsabilidad pública alguna. Lo que denota una falta de autoridad preocupante.

Ningún acto humano es neutro en sus consecuencias. O inclina al bien o al mal. O favorece la convivencia o fomenta enfrentamientos. De ahí la responsabilidad de todo acto humano ante la justicia tanto humana, como divina. Por algo todos los pueblos del mundo se dan normas de obligado cumplimiento, que tienen su razón de ser en la obligación de proteger la seguridad y la paz, garantizando el orden imprescindible para todo progreso social, político, profesional, etc.

Las lenguas, sean locales o universales, son sagradas. Solo los hombres, entre todos los seres vivientes, poseen este don. Y solo los hombres que se creen dioses son capaces, después de clamar ¡libertad! ¡libertad!, de prohibirla  con fines inconfesables. Hemos llegado al extremo de conseguir que la propia lengua sea, entre los españoles, causa de desunión. Por este camino nos vamos a convertir en un ejemplo de cómo destruirnos a nosotros mismos más democráticamente y con más eficacia.

La sociedad actual está olvidando valores éticos y morales que son fruto de la experiencia de siglos. Sin el freno cultural y religioso del respeto mutuo, prevalecerá la ley del más fuerte, que dará lugar al ambiente propicio para el desarrollo de los instintos y pasiones de la parte animal de nuestra condición humana. Por estos caminos, ¿seremos capaces de construir sociedades felices?