Opinión

Alfonso Guerra, según y como

Empiezo a escribir este par de páginas de ordenador poco después de que se reuniese en La Moncloa el primer Consejo de Gobierno de Pedro Sánchez; forma esta de denominarlo mucho más cómoda que la de Consejo de Ministros y Ministras, si a ustedes no les molesta. Por lo tanto eso fue el pasado día 8 del mes en el que estamos. Hoy ya es el 21 y ojalá el verano nos haya traído, desde primera hora de la mañana, la luminosidad que las tormentas, todas las tormentas últimamente vividas, nos han negado en los últimos tiempos. ¿Qué hemos visto cambiar desde entonces?

No lo sé, pero créanme si les digo que hace trece días ya empezaba a preguntármelo una vez vistos los cambios de opinión que suscitó en no pocas de las gentes que nos rodean -y a veces nos rodean tanto que nos oprimen- la llegada al poder de las personalidades que rodean al nuevo jefe de Gobierno, espero que sin oprimirlo en ningún momento. La vida es pródiga en este tipo de ejemplos y, en ocasiones, da gusto verlos.

Por ejemplo el desquite de Pedro J. Ramírez rememorando, en un video de amplia difusión, las consecuencias de haber dado a luz la conversación de cuatro horas mantenida con Luis Bárcenas, en las que desvelaron los entresijos del "se fuerte; Luis"; entresijos que no sirvieron, como debieran haber servido, para provocar la dimisión de Rajoy y sí, en cambio, para provocar su propio cese como director del periódico "El Mundo" fundando un cuarto de siglo antes por el propio Pedro J. 

Tantos años después Pedro J. lo recuerda, supongo que con algo de amarga satisfacción más que de cumplida venganza. Ese plato que dicen que se sirve frío, el de la venganza, más que frío o incluso helado, casi siempre viene envuelto en moho y mejor es tirar con él pues puede intoxicar al más sano. No es el caso. El recuerdo es oportuno. Tamaña corrupción como la padecida debiera haber servido para haber tascado el freno hace ya mucho, quizá demasiado tiempo: el que va desde el cese de Pedro J. hasta la revocación de M. Rajoy.

Sin embargo no era de esto de lo que yo pretendía hablarles. Así que, una vez aquí llegado, a ver por dónde salgo que ejemplifique un poco la pretensión primera. Me refiero a los cambios de opinión, a las distintas valoraciones y actitudes de los líderes políticos según y cuando, según y cómo, dependiendo de por dónde sople el viento. Hace veintisiete años el diario El País publicó en portada a cuatro columnas un titular que decía: "Alfonso Guerra se pregunta qué hace un intelectual de izquierdas de maletero de Fraga". Debajo, en primer plano se veía al entonces presidente gallego y en segundo a este escribidor de ustedes portando unas maletas que eran solamente mías. Alfonso Guerra, entonces vicepresidente del Gobierno de España, sabía de antemano y había apoyado "por razones de Estado" el hecho de que yo acompañase a M. Fraga en su sonado viaje a Cuba. Si a Pedro J. su honradez profesional le llevó a perder la dirección del periódico que había fundado, a mí, más que el viajecito de marras, la mordacidad de Guerra sirvió para darle un vuelco a mi vida; tanto que pude sobrevivir, como escritor y como persona, únicamente fuera de España, mientras permanecía en ella sumido en una especie de exilio interior que no se lo deseo a nadie.

Cuando llegó el momento de pedirle a Guerra explicaciones de su conducta y las razones de su comentario, sabiendo como sabía y apoyando como había apoyado e incluso inducido el viaje a Cuba, me dio su palabra de honor de que él no había dicho nunca tal cosa. Entonces le pedí que lo desmintiese. Me respondió que él no podía hacerle eso a su partido. Desde la defenestración de Pedro Sánchez, cuando el clan de los andaluces lo echó por la ventana del despacho de Ferraz, he seguido con amarga satisfacción la conducta y los comentarios de Alfonso Guerra sobre su partido y sobre quien fue y vuelve a ser su secretario general y ahora es presidente del Consejo de Ministros que se acaba de reunir por vez primera, demostrando cuáles eran y son sus intenciones una vez devuelta al PSOE la dignidad perdida a lo largo de episodios que no será necesario recordar. 

Desde no poder hacerle a su partido lo que hubiese significado la limpieza de mi nombre y la demostración de mi conducta a hacerle lo que Alfonso Guerra le ha venido haciendo a su partido con sus comentarios y desplantes, con sus invectivas y con la mordacidad acostumbrada, hay ejemplos y más ejemplos de lo que nunca un amigo debiera hacerle a otro o de lo que nunca debiera hacer un militante socialista, algo que yo no fui ni soy, a su partido.

La pregunta es la de cómo y en dónde estaría en el día de hoy el PSOE y cuál y cómo estará de manchado el nombre del propio Pedro Sánchez y con el de él, los de quienes lo siguieron en su aventura política si Alfonso Guerra y los suyos, Felipe González incluido, hubiesen seguido amparando con sus actitudes y comentarios la continuidad en el poder de los protagonistas del mayor y más continuado escándalo de corrupción habido en Europa en los últimos setenta años y servido para la defenestración de su líder. Ojalá que los dieciocho días transcurridos desde que fue escrito esto que aquí acaba, hayan servido para que Guerra haya obtenido de su partido la respuesta generosa que él me negó a mí.

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