El Museo de Arte Contemporáneo de Madrid o el Parque Miño acogen obras del escultor

Antonio Faílde: la fuerza de la piedra

Marmolista funerario y escultor. Antonio Faílde compaginó sin grandes contradicciones su faceta de ’artesano’ de la piedra con la de artista que alcanzó el rango de ’maestro’, como le denomina el escultor Arturo Baltar. Afortunadamente, algunas de sus obras pueden verse en diversos lugares de la ciudad: en la estación de San Francisco, en el Parque Miño o en el mural ubicado en el jardín frente al pabellón de Os Remedios. Una exposición, aún sin fecha, recordará el centenario de su nacimiento.
’Faílde es la fuerza. Faílde es la fuerza y quizás por eso es la piedra’. Así definía a este escultor el crítico ourensano de arte Luis Trabazo, en su libro ’Piedra, barro y bronce en tres escultores gallegos’. Y para toda una generación de artistas ourensanos, Antonio Faílde es, sin más, ’el maestro’.

Sin embargo, su primera exposición con cierta trascendencia no tuvo lugar en su lugar de nacimiento, sino en Madrid, en 1953, ciudad que aún conserva obra de Faílde en el Museo de Arte Contemporáneo. Pero como nadie es profeta en su tierra, el estreno del escultor en Ourense fue, al menos en el aspecto económico un fracaso, ya que no consiguió vender ni una sola pieza.

Nacido en la calle Hernán Cortés en el año 1907; este escultor entra en contacto con la piedra a través de las canteras que se encuentran en la aldea de sus abuelos, Godexás, muy cerca de Piñor, y se convierte a los diez años en aprendiz de maestro cantero. Es cuando comienza, no sólo a querer la piedra, sino a tratarla como un material idóneo para mostrar el mundo que ve y que siente. En 1924 comienza a trabajar como maestro y toma contratas, hace capillas, lápidas, cruces funerarias y mausoleos para vivir, pero no abandona su parte artística, comenzando a crear sus inconfundibles esculturas.

Beca de estudios

En esa época consigue una beca de la Diputación y se traslada a Madrid a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, estudiando en varios talleres, entre ellos el de Capuz, pero por un problema de carácter burocrático que impide que la beca llegue a tiempo, en el 27 regresa a Ourense para crear su taller empresarial de marmolista funerario que no le impedirá centrarse en la escultura.

Con el tiempo es nombrado profesor de la Escuela Provincial de Artes y Oficios, cargo al que se vería obligado a renunciar, lo que no fue ningún obstáculo para seguir manteniendo sus exposiciones, siendo el año 1968 tal vez el más decisivo de su trayectoria, ya que la muestra ofrecida en Madrid le dio fama nacional. En cualquier caso ya había logrado ser nombrado miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando en el año 1957.

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