Opinión

"Ay, la mascarilla"

Ascender hasta el monasterio de Caaveiro pisando el bosque atlántico de las Fragas do Eume puede resultar una experiencia mística, hacerlo en un día festivo o en meses de vacaciones estropea el momento por la sensación de cola de supermercado, aunque la variedad de matices del color verde hacen que siempre acabe mereciendo la pena. Los ocho kilómetros pican algo en las piernas y aceleran el resuello, pero todo el mundo sube con la mascarilla puesta y el que se la ha retirado en uno de los contados momentos de soledad corrige inmediatamente el despiste al cruzarse otra vez con alguien. 

"Ay, la mascarilla" es una de las frases más repetidas desde que la Xunta implantó la obligación de llevarla incluso cuando se pueda mantener la distancia social. La disculpa parece siempre sentida y es un motivo para el optimismo en la convivencia con el coronavirus frente a los agoreros del confinamiento por el aumento de rebrotes y la justificada preocupación. 

En O Porriño, donde hay seis casos positivos aislados en sus domicilios, la Policía Local recetó 100 propuestas de sanción en un control realizado durante cuatro horas en vehículos particulares, transportes de mercancías y de pasajeros. La mayoría de las sanciones fueron impuestas a personas que compartían vehículo y no llevaban la mascarilla puesta a pesar de no ser familia ni residir en la misma vivienda. El celo en la aplicación de la norma podría ser cuestionable, el efecto suasorio indiscutible nada más se propague por los medios. 

En A Coruña el portero de un local de copas de Oleiros recibió la visita de la policía para comprobar que estaba en casa cumpliendo el confinamiento tras recibir un soplo anónimo. En la primer viaje nadie abrió la puerta, pero después llamó el propio enfermo a la policía para invitarlos a pasar el control. A partir de ahora quedan ahuyentadas las ganas de darse un garbeo cuando se está aislado. Gonzalo Caballero tuvo que aplazar la foto con el grupo parlamentario del PSdeG-PSOE al completo porque los diputados ourensanos alertaron de que una trabajadora del partido había estado en contacto con un persona contagiada. La prueba PCR dio negativo más tarde, pero el cortafuegos ya se había aplicado. La costumbre es sólo cuestión de tiempo. 

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